domingo, junio 19, 2016

¿Todavía queda vida –socialista- en el PSOE?



En un artículo anterior, Socialdemocracia. La guerra de las palabras, en el que trataba de explicar la evolución histórica del PSOE en clave gatopardiana. O sea, distinguía entre los leones, los fundadores (con todas sus limitaciones, por ejemplo las de Faundo Perezagua y Evarista Acevedo, que las tenían, pero dentro de una honestidad a prueba de bombas), la de los gatopardos, el sector intermedio, el de la República y la guerra, nos menos limitados por un proyecto gradualista que acabó siendo arrollado. Entre ellos se podrá criticar ásperamente por ejemplo a Largo Caballero, sobre todo por su actuación bajo la dictadura de Primo de Rivera, por su ingenuidad, pero que murió después de haber pasado por los campos de concentración nazi remarcando su condición de obrera por encima de cualquier otra…
De lo que hay pocas dudas es que media un abismo entre esta generación y la última, entre Largo Caballero y Cándido Méndez por seguir el ejemplo, este último un señor que es recibido en Palacio y que no ha hecho más que firmar y aceptar retrocesos. La lista expuesta en el artículo podría ampliarse y lo será cuando tenemos todas las cuentas de la historia encima de la mesa. Cuando quede todo lo claro que es necesario cómo este se situó en la cola de la desigualdad en Europa, en el más corrupto de todos bajo sucesivos gobiernos socialistas. Pero aún y así, caben las matizaciones. Por abajo la cosa está clara, el 90% de mi extensa familia ha votado socialista y puedo asegurar que es gente que no tiene nada que no se haya ganado con su trabajo. Gente que está empezando a cambiar comenzando por los más jóvenes, pero también entre los mayores. Eso se está notando ya que Rodríguez Zapatero fue el último que gozó de un plazo de confianza añadido por sus promesas con lo de la guerra de Irak y con lo del 11-M que volvía dar la medida del grado de incivilización alcanzado por la derechona española.
Todavía debe de quedar buena gente por los pasillos, gente que será necesaria para recuperar tradiciones perdidas…Gente de la talla del finado Luís Gómez Llorente (1939-2012), el más importante de los declinantes representantes de lo que en otro tiempo fue la izquierda socialista. Luis fue durante cierto tiempo el intelectual más reconocido de una izquierda socialista que –realmente- nunca lo fue. Tenía a su favor una larga trayectoria política e intelectual dado que comenzó muy temprano en las Juventudes Socialistas. Su nombre figura como representante de estas en diversos congresos del PSOE en el exilio. Mas a la izquierda que el viejo aparato, la voz de Luís se hizo sentir por entonces a favor de una mayor implicación militante en la lucha antifranquista desde el interior, pero apenas si encontró algunos apoyos más verbales que prácticos. Una de ellas era la de Arsenio Jimeno, que hablaba como se hacía en los tiempos de Pablo Iglesias, y seguramente Rodolfo Llopis le dio alguna que otra palmada en el hombro aunque hacía tiempo que éste se dedicaba a seguir la senda de Indalecio Prieto buscando complicidades en la Internacional (que había sido) Socialista y en las cancillerías. A Don Indalecio se lo dejó claro Foster Dulles: sí a los Estados Unidos les importaba algo en España, eran sus propios intereses.
Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense, discípulo del nuevo José Luís Aranguren, Gómez Llorente es de los pocos jóvenes socialistas que destacan en las acciones clandestinas desde el Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, donde fue vicedecano de su junta directiva. Eran años de agitación creciente en los que el “virus” del mayo del 68 insufla el imaginario de una nueva hornada antifranquista que suplía a la ya agotada resistencia republicana, y trataba de hacer una enmienda a la totalidad del sistema. En aquella fase conoció a otros dirigentes que luego seguirían trayectorias muy distintas, como Miguel Boyer, que había pertenecido a la Asociación Socialista Universitaria (ASU), y que vendería al diablo hasta la última gota de dignidad humana…
Pero en aquel tiempo, al menos sobre el papel, todo el mundo tenía claro que en el franquismo había mucho que temer, pero nada digno de recuperar. En esos años, algunos jóvenes socialistas (Víctor Manuel Arbeloa, Virgilio Zapatero, etc.), tratan de recuperar la memoria socialista, y tratan de hacerlo desde la izquierda. Gradualmente se van editando a Pablo Iglesias, Jaime Vera, Antonio García Quejido, Juan José Morato, Tomás Meabe, al Besteiro que hace profesión de fe marxista, Larga Caballero, Luís Araquistáin, Max Aub, Arturo Barea, y un extenso etcétera.
Como parte de este horizonte, Luís Gómez Llorente publica un laborioso en sayo sobre Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana (Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1975), ciertamente un trabajo importante. Se trata de un estudio de cerca de 190 páginas con un epílogo de Mercedes Gutiérrez Sánchez titulado “Ecos de la muerte de Rosa Luxemburgo en el socialismo español” que reproduce el artículo “espartakista” que publicó Julio Álvarez del Vayo (El Sol, 18-01-1919), el mismo día en que El Socialista daba a conocer “El Manifiesto del grupo Espartaco”, igualmente incluido junto con notas sobre su muerte. Buena parte de los fragmentos recogidos pertenecía a socialistas que luego fueron comunistas (como Virginia González), y se cierra con una despedida firmada por Marcelino Domingo que concluye con estas palabras:”…Mientras las realidades terrenas prevalezcan sin haber sido antes sueños y sin tener siempre el aroma y la ligereza de los sueños, los seres humanos que pongan su amor en un sueño, pretendiendo convertirlo en realidad, pasarán por un doloroso calvario y una trágica muerte. `Nuestra Rosa y el místico Kar Liebknecht son una nueva prueba de ello” (El Socialista, 11-09-1921). Unas líneas que evidencia que el autor ni tan siquiera había leído a Rosa, y con una involuntaria premonición de lo que más tarde sucedería entre nosotros, cuando la barbarie militar-fascista relegó al ideal socialista a las catacumbas.
La Rosa Luxemburgo de Gómez Llorente era digna, y la suya pasó a ser una obra de consulta. Su opción no deja lugar a dudas, él esta por Rosa y por Kart y cita la “infausta memoria” de los funcionarios que sustituyeron al mítico August Bebel: Scheidemann y Ebert. Sí, Ebert, el de la Fundación que sería clave en la irresistible ascensión de Felipe González que acabaría dándole la vuelta al guante de todo lo que había estado diciendo hasta finales de los años setenta. Anteriormente, los socialistas “renacidos” citaban muy a menudo a Rosa, y no hace tanto recuerdo una nota muy emotiva de Elvira Lindo…que nos remitía a cuando ella la admiraba. Como son las cosas, la UGT hasta puso su nombre a grupo de casas como si le hubiera puesto Conde de Romanotes o de de los Viñedos…
Gómez Llorente tuvo su momento en un Congreso que enterraba toda una tradición, al tiempo que abría otro tiempo en los que la palabra “socialismo” dejó de tener la más mínima relación con lo que se había entendido como tal hasta el momento. Fue el otro gran protagonista en mayo de 1979, del congreso del vuelco, el XXVIII congreso del PSOE, aquel en que Felipe González, al que la prensa llamaba “Nadiusko” (por Nadiuska, una de las reinas del “destape” conocida pro sus morritos) renunció a presentarse a la reelección como secretario general de lo que todavía era un partido. Su pretensión (o mejor dicho, la exigencia que tenía que cumplir para gobernar con la finalidad de hacer viable lo que la UCD ya no podía llevar a cabo), el requisito de abandonar su adscripción al marxismo que, aunque no practicaban (uno de ellos, creo que Solanas, declaró en el “Interviú” que el marxismo era una teoría para la conciliación de las clases, parecía que había leído el Manifiesto Comunista boca abajo).
Aquel congreso marcó el final del trayecto de Gómez Llorente y, por supuesto, la del “viejo” PSOE, que con aquella operación consiguió centrar su imagen y, poco tiempo después, alcanzó el poder con la no menos histórica mayoría absoluta lograda en 1982 con la cual prometieron todo, y acabarían dejando el legado actual. Gómez Llorente quedó en minoría en el siguiente congreso, el mismo que aupó a Felipe González, que comenzó a tildar de “sectario” todo lo que se oponía a asimilación de una presunta “modernidad” en la que mientras más cambiaban las cosas, más seguían siendo iguales. En el tiempo que sigue, Gómez Llorente formará parte de la pantomima de la Mesa del Congreso de los Diputados como vicepresidente, es portavoz de la oposición socialista en los temas educativos, es de los dirigentes socialistas que tienen que negociar algunos de los aspectos más relevantes de la Constitución de 1978, especialmente todos los vinculados a las cuestiones educativa y religiosa.
Su nombre seguirá ligada a los restos de la “Izquierda Socialista”. Su batalla no pudo ser tan modesta como evidencia estas palabras suyas: “más todavía que escribir artículos o folletos por encargo de FETE, me complace llevar por la calle una bandera de la UGT en la manifestación de cada primero de mayo”.
Cabe pensar que, al igual que en los ochenta se dio un bandazo de la izquierda a la derecha por parte de toda una generación (en la que se incluían un buen número de militantes radicales que se subieron al tren aprovechando el billete de su experiencia política, la “escuela de la clandestinidad” de la que hablaba un patético Ludolfo Paramio), es bastante probable que ahora asistamos a un giro en sentido contrario. No sería ninguna novedad, el última antifranquismo estuvo repleto de gente que había pasado por la Falange y otros tugurios. Pero hay que estar muy advertido con los que cambian de tren para no perder el puesto…Se trata de controlar dinámicas, evitar que tener cargos se convierta en un oficio.
Por decirlo de otra manera, tenemos que aprender de la experiencia del PSOE como no hacerlo para no dejarnos caer en la corrupción de las ideas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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