domingo, agosto 14, 2016

El Canal de los Presos, el botín de los terratenientes del Bajo Guadalquivir



Miles de republicanos fueron recluidos en campos de trabajo para realizar una obra de 180 km entre las provincias de Córdoba y Sevilla.

Nada más concluir la Guerra Civil, miles de republicanos fueron recluidos en campos de trabajo para realizar una obra de 180 km entre las provincias de Córdoba y Sevilla. Este reportaje es la cuarta entrega de la serie ‘Senderos Públicos’, que recupera rutas que merecen ser recordadas como memoria histórica.
La construcción del Canal de los Presos en la margen derecha del Bajo Guadalquivir, entre Palma del Río (Córdoba) y Lebrija (Sevilla), fue el botín de guerra de los grandes terratenientes de la zona que alentaron y apoyaron sin reservas el golpe militar fascista de julio de 1936.
La obra se ejecutó entre los años 1940 y 1962 y en ella trabajaron miles de prisioneros republicanos, encuadrados en lo que se denominó Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas (SCPM), organismo creado en septiembre de 1939 y que convivió con otras fórmulas de explotación de los vencidos, como fueron los batallones disciplinarios o los talleres penitenciarios, y fuente de financiación del régimen franquista.
El primer proyecto del un canal para riego en el Bajo Guadalquivir es de principios del siglo XIX. Un siglo más tarde, quedaron definidos los parámetros de la obra: una longitud de más de 150 kilómetros y la puesta en regadío de unas 90.000 hectáreas. La mitad de esas tierras que se iban a transformar eran propiedad de 7 latifundistas y la producción más significativa era el cereal de secano.
Una vez concluidas las obras, el valor de las tierras se multiplicó y los aprovechamientos se orientaron hacia la producción de algodón, hortalizas y frutales. Además de los grandes propietarios de tierra, la obra sirvió para aplicar lo que se ha denominado como fascismo agrario mediante la concesión de parcelas de regadío a pequeños agricultores en pueblos de colonización. En realidad, esta política ejecutó planes que se habían diseñado durante la Segunda República.
Desde los primeros esbozos, y aunque el Estado comprometía parte de la financiación, los terratenientes no mostraron entusiasmo alguno en participar económicamente en el plan. Finalizada la guerra, los terratenientes no dejaron pasar la oportunidad, pese a la escasez de maquinaria y los problemas para el abastecimiento de materiales, en las cárceles y campos de concentración había mano de obra abundante y casi gratuita. Durante el mismo mes de abril de 1939, Franco, acompañado de los generales Queipo de Llano y Dávila, visitó la zona. En mayo, durante una reunión en el ayuntamiento de Sevilla, ya se habló de la instalación de un campo de concentración con capacidad para 10.000 prisioneros.
No fue preciso que el proyecto de esta gran obra hidráulica recibiera la aprobación definitiva, trámite que no superó hasta finales de 1941. En marzo de 1940, dentro de la finca La Corchuela, término municipal de Dos Hermanas (Sevilla) y propiedad del conde Villamarta, comenzó la instalación de las tiendas de campaña que, en una primera fase, albergaron a los casi 2.000 prisioneros de la 1ª Agrupación del SCPM. Hasta finales de aquel año, no empezó la construcción de barracones, así como talleres, la cuadras para los mulos y la enfermería. Todos estos trabajos fueron realizados por presos.
La declaración de interés nacional y la aprobación definitiva del proyecto supuso la creación de la 6ª agrupación de la SCPN. En noviembre de 1941, 750 penados ingresaron en un nuevo campo de trabajo que se había levantado en la finca Los Merinales a unos cinco kilómetros del anterior, también en el término municipal de Dos Hermanas. Un tercer campo, en el cortijo El Arenoso, término municipal de Los Palacios, se habilitó para facilitar los trabajos en el acueducto de San Juan que une dos secciones de la obra.
A medida que la obra avanzaba y para evitar los traslados, sobre todo en los 80 kilómetros que hay entre Carmona y Los Palacios, tramo en el que se concentra el mayor número de acueductos y sifones, se habilitaron campamentos temporales. Éstos albergaban grupos de presos y pequeños contingentes de soldados. Hubo instalaciones de este tipo en La Rinconada, Alcalá del Río, Burguillos, Torreblanca, Palmar de Troya y junto al aeropuerto de Sevilla.
Si bien el mayor número de presos fueron peones destinados en las brigadas de tierra que estuvieron encargadas en la excavación a pico y pala la sección del canal, los campos de trabajo y las obras eran autosuficientes. De hecho, los primero en llegar eran expertos en los oficios que podían garantizar la puesta en funcionamiento del campamento. Más adelante, la SCPN solicitó al Ministerio de Justicia presos que fueran ingenieros, aparejadores, capataces de obra pública, caldereros, electricistas, chóferes, mecánicos, cocineros, panaderos, zapateros, guarnicioneros, sastres. Hubo hasta un impresor y, por supuesto, administrativos y contables.
La SCNP funcionó como una empresa que trabajaba en la obra por adjudicación directa y que cobraba mediante la certificación del trabajo ejecutado según los criterios que se establecían en convenios con la administración, en este caso con la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. El salario de los presos era de 2 pesetas diarias, cuando en una empresa civil de 10 pesetas, pero aquellos solo recibían 0’50, el resto se les descontaba en concepto de manutención. La jornada laboral de sol a sol, seis días a la semana.
Las condiciones en las que realizaron el trabajo, sobre todo al principio, fue de dureza extrema tanto por el estado de los campamentos, como por la falta de medios técnicos. Durante los dos primeros años, los penados durmieron en el suelo y la condiciones higiénicas y sanitarias fueron muy deficientes, hubo numerosos casos de paludismo, una enfermedad que fue endémica en la zona, también de tifus y tuberculosis. También fueron habituales los brotes de sarna y las plagas de pulgas, chinches, piojos y garrapatas. Ni que decir tiene, que la comida era escasa.
Por lo que se refiere a los medios técnicos, la situación fue muy precaria. Las herramientas más utilizadas los largo de la obra fueron el pico y la pala, hasta los seis meses del comienzo de la excavación no llegaron los dos primeros tractores oruga para remover la tierra y las primeras vagonetas para transportar la tierra. La gasolina era escasa y el 1946 el parque de vehículos de la agrupación casi colapsó por la falta de neumáticos de recambio
La mayor parte de los presos de las obras del canal eran andaluces, aunque, con la excepción de Navarra, los hubo de todas las provincias españolas. Todavía en 1943, 48 trabajadores del canal comparecieron en consejos de guerra, esta cifra se fue reduciendo considerablemente en años sucesivos. También, disminuyeron los ingresos de penados en los campos de trabajo, si bien en 1950 todavía se contabilizaron 43. Desde ese momento, el peso de los trabajos fueron descansando en trabajadores libres, muchos de ellos libertos, pues así se les llamó, como en la Roma clásica cuando los esclavos accedían a la libertad.
La disciplina en los campos de trabajo era militar, el penado solo debía obedecer. Obedecer a los militares que vigilaban el perímetro de del campamento a los funcionarios de prisiones, también llamados porristas, que se encargaban del orden en el interior, y a los curas que reeducaban a los presos en los principios del nacional-catolicismo. En los tajos, la custodia estuvo encomendada al Ejército hasta 1947 que fue sustituido por la Guardia Civil.
El denominador común del día a día en los campamentos era la humillación como herramienta para destruir política y moralmente a los presos. “Más allá de las penosas condiciones que tuvieron que soportar, humillante era cantar a diario con el brazo en alto el Cara al Sol, a veces repitiéndolo una y otra vez… Humillante la asistencia obligatoria los oficios religiosos… Humillante no poder abrazar a los familiares cuando iban a visitarlos, separados por alambres… Humillantes los castigos que recibían quienes por dignidad o irreverencia no acataban las reglas” tal como resume el libro colectivo El canal de los presos (1940-1962). Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica.
Pese a la represión, la actividad política fue una constante en los campos de trabajo. Agrupados según su ideología, socialistas, comunistas y anarquistas seguían puntualmente los acontecimientos internacionales a través de la lectura de los diarios ABC y El Correo de Andalucía que entraban de manera clandestina al interior. También llegaba la prensa de partido, sobre todo Mundo Obrero, órgano del PCE que se imprimía en un local de Dos Hermanas. Además, las organizaciones colaboraban en la organización de fugas, entre otras la que protagonizó el dirigente socialista y diputado del PSOE entre 1986 y 1993, Curro López Real.
Pese a la redención de penas y el cumplimiento de condenas, en las obras del canal todavía quedaban 20 presos en 1958, cuando quedaban cuatro años para la conclusión de las obras. A esas alturas, el grueso de los trabajadores del SCPM eran libertos que habían optado por quedarse en la zona una vez finalizada la condena. Con el paso del tiempo, muchas familias se habían desplazado hasta ahí y vivieron en chabolas y chozas del entorno de los campamentos. De esta forma, Bellavista que el 1937 tenía 1.500 habitantes llegó a los 7.500 en 1950.
El portal de rutas de senderismo y de bicicleta Wikiloc incluye el recorrido completo de los 180 km del Canal de los presos con tramos que se pueden realizar a pie, en bici o en coche.

García Longas | Diario Público

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