lunes, octubre 31, 2016

José Ingenieros: modelo para armar



A 81 años de su fallecimiento, todavía resulta difícil encasillar a este personaje que integró los círculos intelectuales y progresistas a comienzos del siglo pasado. Fue médico, psiquiatra, criminólogo, filósofo, comunista, anarquista, sociólogo y filósofo pero también racista y uno de los grandes higienistas de su época.

Giuseppe Ingegnieri nació en Sicilia en 1877 y al tiempo de mudarse con su familia al país, ingresó en el Colegio Nacional de Buenos Aires y luego de egresar, a la Facultad de Medicina en donde se recibió de farmacéutico. Posteriormente, realizó una serie de publicaciones y alcanzó el cénit con Simulación de la Locura, secuela de su tesis editada en formato de libro. Fue el trampolín que Ingenieros precisó para ser nombrado jefe de la Clínica de Enfermedades Nerviosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1903 y un año después consiguió una suplencia de la cátedra de Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía y Letras.
Los hitos de Ingenieros se enmarcan dentro del contexto de una época signada por las teorías científicas alentadas por la creciente oligarquía (ya liberada del indio tras la Conquista del Desierto) y por la preocupación creciente de convertirse en un sucedáneo del glamour europeo mediante el progresismo en las ideas, que llevó a relaciones comerciales con Inglaterra, consumo de bienes culturales, laicidad en la educación y la sanción de la ley de matrimonio civil, dos medidas que generaron los correspondientes roces con la Iglesia. Con el Estado como facilitador, fue justamente con este espíritu en donde los preceptos científicos, de la mano con las teorías positivistas, ubicaron en la cima a los médicos higienistas de principios del siglo XX, que se valieron de su rol para segregar y demonizar a los elementos indeseados que no se correspondían con los arquetipos tradicionales, entre los que se encontraban principalmente la “escoria” inmigrante que venía a poblar el país y que debía ser analizada, controlada y clasificada para su mejor estudio.

La "tríada Higienista"

De esta manera, los profesionales se convirtieron casi en una suerte de policías de la higiene, ya que todo lo que no entrara dentro de sus cánones y fuera además contrario a la moral, era enviado sin contemplaciones a las cárceles por violación de contravenciones. Junto con los doctores Francisco de Veyga y José María Ramos Mejía, el siciliano Ingenieros conformó una tríada en los albores del 1900 cuyo espectro circulaba entre la Facultad de Medicina, la Penitenciaría Federal y la Policía Federal, en donde su jefe Ramón Falcón tuvo parte del protagonismo.
En su libro Historia de la Homosexualidad en Argentina, el periodista Osvaldo Bazán realiza una profunda investigación sobre las implicancias de la represión higienista y policial de la época, en donde el denominado depósito de contravenciones “24 de Noviembre” funcionaba como la cárcel del lumpenaje, rebalsado por la escoria de la sociedad y que sirvió como un “laboratorio de seres humanos” al encontrarse expuestos particularmente al análisis por parte de la tríada higienista, al punto tal que el mismo Ingenieros los exponía en sus cátedras universitarias sin contemplar el hecho que sus “ocupantes” eran niños y adolescentes cuyas edades oscilaban entre los 4 y los 20 años.

Progresismo y comunismo

Continuando con su raid científico, en 1909 fue elegido presidente de la Sociedad Médica Argentina y continuó su formación, como no podía ser de otra manera, en prestigiosas universidades internacionales. Sin embargo, a su regreso se involucró en la dirección de una publicación bimensual, Semanario de Filosofía, y durante la Reforma Universitaria fue elegido vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras con gran apoyo de los estudiantes al ser considerado una de las figuras intelectuales y progresistas de su tiempo.
Es en este momento en donde Ingenieros comenzó a involucrarse activamente en el ámbito político al participar en el grupo Claridad, una corriente del Partido Socialista que bregaba por el apoyo a la Tercera Internacional y que terminaron incorporándose al Partido Comunista. Por su parte, Ingenieros aportó su granito de arena a la causa y en 1922 propuso la creación de la Unión Panamericana, un organismo de lucha que difundió las ideas antiimperialistas. Posteriormente, empezó a cuestionar las ideas del socialismo de Estado y comenzó a simpatizar con corrientes anarquistas hasta su fallecimiento, presuntamente por meningitis, el 31 de octubre de 1925, a la edad de 48 años.

Meke Paradela @mekepa

El triunfo de Alfonsín y el progresismo que no fue



Hace 33 años la formula presidencial de la Unión Cívica Radical encabezada por Raúl Alfonsín y Víctor Martinez. Las elecciones del ’83 consagraran el retorno a la democracia burguesa y el bipartidismo que se mantendrá hasta iniciados los 90.

La fórmula de Alfonsín se imponía sobre la formula del Partido Justicialista de Italo Luder y Deolindo Felipe Bittel, por 51.75% de los votos contra el 40.16%. En tercer lugar quedaba el Partido Intransigente que llevaba como candidatos al “Bisonte” Oscar Alende y Lisandro Viale con un lejanísimo 2.33%. El MAS y el PO, hicieron débiles elecciones en su debut como partidos legales a pesar de que esperaban el derrumbe definitivo del peronismo por la vía de una corriente socialdemócrata (MAS) o el pase de la base peronista al clasismo (PO).
Las elecciones de octubre de 1983 habían sido convocadas frente al derrumbe de la dictadura producto de la derrota militar en la guerra de Malvinas. Para evitar que la movilización popular contra los militares ajustara cuentas con los genocidas y derrocara su gobierno, la Junta Militar encabezada por el presidente de facto Reinaldo Bignone acepta el pedido de la Multipartidaria (integrada por el PJ, la UCR, el PI, el PDC y el MID) de que se le entregue el poder a un civil en octubre del ’83. El 16 de diciembre de 1982, la Multipartidaria junto a la CGT, las organizaciones de derechos humanos y estudiantiles, y los demás partidos políticos, organizó una marcha masiva con este objetivo, en la que fue asesinado desde un automóvil Ford Falcón verde, Dalmiro Flores.
Los partidos patronales en Argentina llegaron a la campaña electoral arrastrando una activa colaboración con la dictadura. El dirigente radical Ricardo Balbín fue uno de los primeros en golpear las puertas de los cuarteles, según una expresión de época, pero no fue el único. Según denuncio el Serpaj durante el Proceso de Reorganización Nacional, la Unión Cívica Radical colaboró con 310 intendentes, el Justicialismo con 169 intendentes, la DemocraciaProgresista con 109 intendentes, el Movimiento de Integración y Desarrollo con 94 intendentes, el PI con 4 intendentes y el Partido Socialista Democrático, que hoy es parte del Partido Socialista de Hermes Binner colaboro no solo con intendentes, sino que permitió que una de sus principales figuras, Américo Ghioldi fuera embajador en Portugal. Sin embargo, por la envergadura del genocidio y la profunda crisis que dejaron los militares, la dictadura preservó a los partidos tradicionales de la burguesía argentina como fuerza de recambio para salvar al conjunto del régimen burgués.
Alfonsín se impuso en las internas de la UCR como cabeza del Movimiento de Renovación y Cambio, contra la balbinista Línea Nacional que encabezaba Fernando De la Rua. Mientras que con Alfonsín el radicalismo lograba un maquillaje progresista, el peronismo tenia al frente a una burocracia sindical que fue activa en la Triple A y los políticos del lopezrreguismo. Luder fue el autor de los decretos de aniquilación de la guerrilla en 1975 y Herminio Iglesias, candidato a gobernador bonaerense, un matón de la UOM y de las bandas de la derecha peronista en los setenta. sus lazos con el pasado eran demasiado evidentes.
Alfonsín logro concitar el apoyo de un grupo de ex militantes guerrilleros reconvertidos en intelectuales académicos que levantaron la idea de que la democracia era un valor universal y elaboraron la teoría de los dos demonios que va a convertirse en doctrina de Estado de la nueva democracia argentina. Así Alfonsín denuncio un supuesto Pacto militar-sindical, por el cual el peronismo garantizaba a los militares una Ley de Amnistía en caso de obtener la victoria en las urnas, mientras el hombre del radicalismo prometía el juicio a los militares. E hizo del slogan con “la democracia se come, se educa y se cura” uno de sus ejes de campaña. De esta manera el radicalismo logro aparecer como la oposición contra la dictadura y garante de la paz social frente a un peronismo que aparecía como comprometido con la impunidad a los militares genocidas. El telón de fondo de la campaña era una extraordinaria primavera democrática que movilizaba a miles en las calles y nutria las filas de los partidos políticos de militantes.
Los actos de cierre de campaña de la UCR y el PJ fueron coronados con gigantescas movilizaciones de adherentes. Mientras Herminio Iglesias quemaba en el palco un ataúd con la bandera de la UCR, Alfonsín recitaba el Preámbulo de la Constitución de 1853. Su asunción en diciembre del ’83, fue acompañada por una movilización gigantesca.
La victoria de octubre de 1983 alentó en el radicalismo la expectativa de poder superar definitivamente al peronismo y, poco después, Alfonsín lanzará la idea de un Tercer Movimiento Histórico, de tintes socialdemócratas. Pero poco tardó el alfonsinismo en abandonar sus promesas progresistas y desilusionar a las clases medias que masivamente le habían dado su apoyo poniendo fin a la primavera democrática que lo había coronado. Lejos de combatir a las corporaciones les cedió en todo.
El Juicio a las Juntas que solo condenó a las cabezas visibles de la dictadura y las leyes del perdón dejaron impunes a la mayoría de los genocidas. Su política frente a la miseria social fue alentar un clientelismo que se mostró además inútil y corrompido con las famosas cajas PAN, entregó la educación a los curas en el Congreso Pedagógico y el Plan Austral significó un terrible ajuste contra los salarios de los trabajadores argentinos con la finalidad de cerrar las cuentas para pagar la deuda externa.
El 30 de octubre de 1983, los grandes grupos económicos capitalistas que se habían erigido como dominantes durante la dictadura genocida, no se preocuparon, sino que celebraron el retorno a la democracia que iniciara la fase de gobiernos civiles que seguirán garantizando su poder de mando en la sociedad argentina.

Facundo Aguirre

De la paz… en Colombia…

Me voy a volver…

Anima de la paz

Estoy perdido en el camino, entre el Putumayo y el Caquetá, aquí, en Colombia, buscando voces y testimonios en un respiro de la guerra. No sé muy bien cuál es el año aquí, tampoco sé si habrá un respiro en esta guerra. Ya son más de 50 años desde que estas balas se iniciaron. ¿Estos tiros de hoy son los mismos de ayer? Aquí nomás los campesinos miran la guerra como parte de un camino, recuerdan otras luchas que no vivieron, porque ya son tantos los años, que son varias las generaciones. Se fueron a volver de la guerra y están aquí recordando, casi, casi llegando a la paz. Se escuchan unos acordes de guitarra y alguno se pregunta todavía ¿qué es la paz? ¿Vale la pena la paz? Aquí la gente mira la paz como parte de un camino que se va construyendo. Un tejido difícil porque a veces los hilos no coinciden en el telar. Pero hay que buscar que coincidan. Me voy a volver de la paz en Colombia. Bueno, eso creo, o mejor dicho eso espero. El camino es difícil, intrincado, culebrero. Podríamos empezar frente al pelotón de fusilamiento del coronel Aureliano Buendía. Escuchemos entonces a Gabriel García Márquez contar esa historia, con su voz particular: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. ‘Las cosas, tienen vida propia pregonaba el gitano con áspero acento, todo es cuestión de despertarles el ánima’.
Podríamos decir entonces que la paz tiene vida propia. Entonces, será cuestión de despertarle el ánima… Y para despertarle el ánima hay que seguir caminando. Tal vez en el pueblo de Macondo no esté la respuesta, o tal vez sí. Pero como diría el propio Gabo, la realidad, ya hace muchos años que superó a la ficción en Colombia y en tantas partes. “El novelista puede inventar todo siempre que sea capaz de hacerlo creer. Y yo creo que el gran reto de la novela es que te la crean línea por línea, pero lo que descubre uno es que ya en América Latina ya la ficción, la literatura, la novela es más fácil de hacer creer que la realidad”.
Cien Años de Soledad apareció en 1967 y se convirtió en el mejor ejemplo del realismo mágico, que algunos definieron como un “género literario” latinoamericano que, sirviéndose del subrealismo, mezcla lo mítico y lo cotidiano para captar la historia y la cultura. En fin…
Dos años después, en 1969, el compositor peruano Daniel Camino Diez Canseco ganó el Festival de la Canción de Ancón en Perú con una cumbia basada en Cien Años de Soledad que se titula Los cien años de Macondo. Esa cumbia se transformó en un éxito mundial con decenas de versiones. En este momento Me voy a volver para escuchar la versión del cantautor mexicano Oscar Chávez. Si no pueden escuchar. Imaginen…

Camilo

Más allá de Macondo hay otras realidades que se fueron construyendo en medio de desigualdades e injusticias casi endémicas. Desigualdades que venían de atrás y fueron instalándose en los distintos caminos de Colombia. Injusticias que se fueron creando en medio de las desigualdades, de la tierra en pocas en manos, del olvido de los campesinos y de los pobres de la ciudad. El pelotón de fusilamiento del Coronel Aureliano Buendía, finalmente es solo un pelotón más en la historia de Colombia.
La guerra entre conservadores y liberales por el poder político y económico tenía en medio a un pueblo que cierto día buscó asumir su protagonismo, creyendo que podría terminar con las desigualdades y las injusticias. Un pueblo que quería la paz, aunque la guerra primero fue invadiendo el camino, y luego fue el propio camino, mientras los poderes nacionales y extranjeros diseñaban el destino de Colombia. En ese camino, perdido y encontrado tantas veces desde la muerte de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, surgieron caminantes que dejarían marcados sus pies en la vida de Colombia, como el cura Camilo Torres aquel 15 de febrero de 1966. No hubo cuerpo para velar, pero su nombre quedó en los caminos de la América Latina. “Para entender a Camilo hay que situarlo integralmente, no solo como el cura guerrillero. Eso es circunstancial en su vida. Es el sacerdote, el sociólogo, el político el revolucionario y el guerrillero”, dice su amigo Gustavo Pérez Ramírez. Francois Houtart, que también fue su amigo lo recuerda como “un símbolo del compromiso de los cristianos en una trasformación de la sociedad”.
La historia de este cura revolucionario quedó grabada en una hermosa canción titulada Cruz de Luz, creación del cantautor uruguayo Daniel Viglietti. Pero en este momento me gustaría escuchar la versión de Chavela Vargas que supo interpretar con una fuerza y una ternura extraordinarias esa canción que relata una pequeña historia en el camino de Colombia, una gran historia…

El caracol

Ahora, en estos caminos de Colombia se puede encontrar otro mundo urbano, también marcado por la violencia del desalojo, la violencia que significa quedarse sin casa y no tener dónde ir. En el campo es la falta de tierra que lleva a los campesinos a sumarse a la lucha social y política de diversas formas, en la ciudad es la falta de vivienda digna la que lleva a los pobladores y trabajadores a sumarse a diversas luchas. El cineasta Sergio Cabrera, logró en la película La estrategia del caracol, plasmar con ironía la lucha contra un desalojo colectivo de una casa de inquilinato. Pero sobre todo logró mostrar las solidaridades y luchas que se construyen desde los de abajo en momentos de exclusión social. Del proletario sin trabajo y sin vivienda, pasando por el cura del barrio, por el desclasado y el intelectual, los hilos de la lucha y la solidaridad construyen una historia de Colombia, de las tantas historias que tejen el inmenso telar de la memoria colectiva, en el que la gente elabora sus propias estrategias de supervivencia, como la estrategia del caracol, llevándose la casa a cuestas, llevándose su mundo a cuestas. La película, estrenada en 1993, obtuvo varios premios internacionales. La estrategia del caracol es, finalmente, una metáfora de la realidad. Y como decía García Márquez, la realidad puede ser más absurda que la ficción.

Mohana

De ese mundo urbano de Colombia en 1993, me voy a otro lugar, me voy a volver del campo colombiano en el año 2000. Por ahí se escuchan rancheras y corridos como si estuviésemos en el campo mexicano. En las cantinas de San Vicente del Caguán, muy cerca de dónde se desarrollan diálogos de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Andrés Pastrana se escuchan rancheras… Pero seguimos caminado por Colombia. Una Colombia profunda, sufrida, luchadora y solidaria. Solidaria a pesar de las dificultades. Una Colombia que intenta llegar a la paz. Vamos y venimos de la guerra. Vamos y venimos de la paz. Vamos y venimos en el tiempo. Del campo a la ciudad, de la ciudad al campo. De la exclusión social de los campesinos a la supervivencia de los que no tienen vivienda. Del pelotón de fusilamiento de Aureliano Buendía a La estrategia del caracol. De la metáfora rural a la metáfora urbana. De la lectura y el testimonio de Gabriel García Márquez a la historia del padre Camilo Torres. Del cantautor mexicano Oscar Chávez interpretando la cumbia Los cien años de Macondo a la genial cantante, también mexicana Chavela Vargas cantando al cura revolucionario. Caminamos en busca de la paz. Vamos y venimos de la guerra. Vamos y venimos de la paz. Vamos y venimos de la música colombiana. Seguramente cuando se alcance la paz también será una paz llena de música. Colombia es un país tocado por la magia de la diversidad musical. Las notas musicales de Colombia pueden inundar el mundo. Totó La Momposina, con su pasión en cada canto, con la vida en cada música, con la cumbia en el camino de la paz. Y tal vez nos diga: “Mohana, Mohana, Mohana…/ Espíritu del agua espíritu burlón / Espíritu del agua espíritu burlón / Tengo que abrirte mi corazón / Espíritu del agua espíritu burlón / Envuélvela con la atarraya / Y agárrala con la atarraya / Y púyale los ojos con la atarraya / Pa que me siga donde yo vaya / Pa que nunca más se olvide de mí / Pa que yo no tenga más que sufrir”. Y si hacemos volar la imaginación podríamos pensar que se refiere a la paz…

Guerrilla vallenata

En los Los Pozos, muy cerca de San Vicente del Caguán escuchamos a Julián Conrado, compositor de vallenatos y guerrillero de las FARC. Es el año 2000 y vamos ingresando al territorio dónde se desarrollan los diálogos de paz entre la dirigencia de esa organización guerrillera y el gobierno de Andrés Pastrana. Al entrevistarlo, Conrado me dice que está vinculado a sectores de izquierda desde 1965, cuando mataron a Camilo Torres. Los hilos del tejido histórico que se cruzan. "Mi mamá me hablaba mucho de él” asegura guerrillero.
El músico guerrillero tiene el acento típico de los pobladores de la Sierra Nevada de Santa Marta, conocida en el mundo gracias a las canciones de Carlos Vives. Antes de ingresar a las FARC en 1983 ya era un reconocido compositor de vallenatos. Los comienzos de su carrera musical se remontan a los festivales de vallenato que se realizaban en Colombia en la década de los 70, luego se dedicó a componer para cantantes famosos además de grabar cuatro discos. Desde que está en la guerrilla, Conrado produjo otros discos vinculados a su lucha. "Tengo influencia de la música vallenata y de la caribeña, por haber nacido en un puertito que está cerquitica de Cartagena, donde llegaba mucha música de Puerto Rico y Cuba", comenta en la conversación.
En esa conversación en Los Pozos, al hablar de la cultura en Colombia, Conrado señaló que no hay una cultura que esté por encima del bien y del mal. “La cultura de la violencia que hoy existe en Colombia es impuesta y nosotros apostamos a una de paz que vaya al rescate de los sectores populares, por eso presentamos propuestas culturales en ese sentido”, me dijo en esa ocasión. Recordó además que Jacobo Arenas, uno de los fundadores de las FARC junto a Manuel Marulanda, ponía énfasis en la necesidad de una propuesta cultural desde la guerrilla.
"Arenas me llamó un día a su caleta - recordó el músico-, abrió una botella de vino y me preguntó qué hacia yo en la guerrilla. 'Aquí cualquiera se tira un discurso político y tenemos guerrilleros pa' que echen plomo a la lata, pero tú debes irte a grabar canciones', le dijo.
En principio se sorprendió por las palabras de Arenas, pero luego se dio cuenta del sentido y pasó a pensar que el trabajo cultural acerca la guerrilla a la población y ayuda a construir una identidad.
Dieciséis años antes de esta entrevista, en 1984, Conrado fue destacado por las FARC para "trabajar políticamente con la Unión Patriótica en la costa del caribe colombiano", mientras se desarrollaba el diálogo de paz entre la guerrilla y el gobierno de Belisario Betancourt. Una de las tantas experiencias frustradas de paz. La Unión Patriótica terminó con más de 5.000 muertos…

Marulanda

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia fueron fundadas en mayo de 1964, a partir de un foco guerrillero compuesto por campesinos asentados en la región de Marquetalia. Luego de ser cercados y bombardeados por 10.000 soldados, quedaron 48 guerrilleros vivos bajo la dirección de Manuel Marulanda Vélez, que serían los primeros integrantes de las FARC. Con los años se convertirán el 15.000. Aunque de 2009 ese número de combatientes empezará a disminuir.
Luego de la frustrada experiencia de paz con Betancour, a sus 70 años Marulanda volvió a dialogar de paz con el gobierno de Pastrana. Durante una entrevista en el año 2000 me dijo que la guerrilla abandonaría el diálogo con ese gobierno sólo si sus posiciones en la zona desmilitarizada eran atacadas. ''Tenemos voluntad de paz y sólo nos retiraremos de la mesa de diálogo cuando caigan las primeras bombas'', me aseguró. También señaló que el proceso de paz ''se le volvió una papa caliente'' a Pastrana, ''porque los altos mandos militares y el gobierno de Estados Unidos quieren la guerra''.
Destacó también el acto político-cultural que hicieron dos meses antes de la entrevista con participación de 40.000 personas cuando lanzaron el Movimiento Bolivariano que pasó a ser dirigido por Alfonso Cano, quien murió años después. Y concluyó que tal vez algún día existan condiciones para que la guerrilla pueda realizar un acto en una ciudad grande. ''El reto será movilizar 100.000 personas'', aunque todavía falta para eso.
Los diálogos finalmente fracasaron. Se interpuso el Plan Colombia creado por Estados Unidos para combatir a la guerrilla con la excusa de combatir la droga. Vinieron los bombardeos a campamentos guerrilleros, e incluso la invasión a territorio ecuatoriano para matar a Raúl Reyes en 2008. A él se sucederán las muertes de varios líderes. Las FARC son duramente golpeadas y por un tiempo se impone la teoría de la guerra y la represión, liderada por el ex presidente Alvaro Uribe. La guerra parece imponerse en el imaginario. La paz parece solo una utopía que ayuda a caminar. Vamos y venimos del camino. Y en ese camino duro, empedrado, culebrero, la paz asoma. Lenta pero firme asoma. Como una sombra tenue, casi imperceptible, la paz asoma. La voluntad política de las partes, la mediación de Cuba, Noruega y el trabajo persistente de Hugo Chávez llevan a las conversaciones. Después de caminar bastante, las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, llegan a un acuerdo. Desde ahora vamos a combatir con la palabra dice Timoleón Jimenez, o Timochenko, máximo dirigente guerrillero. Por ahí se da un tropiezo en el camino, pero la paz llegará…
Venimos de un largo camino. Pasaron décadas, pasaron guerras y esperanzas, pasó un mundo entre la paz y la guerra, entre la injusticia y la desigualdad. No se solucionarán los graves problemas sociales con la paz, pero el camino de la paz es el único viable. Y claro está que después habrá que ir construyendo la justicia social, o sea una paz mejor para todos…

Kintto Lucas
Radio Pichincha Universal

Textos basados en el programa Me Voy A Volver… Con Kintto Lucas… que se transmite los domingos a las 8h00 con reprisse a las 19h00 por radio Pichincha Universal de Quito 95.3 FM. Noroccidente de la Provincia de Pichincha 94.5 FM. Web: www.pichinchauniversal.com.ec Radio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana 940 AM. Web: http://www.casadelacultura.gob.ec/ Provincia del Carchi- Ecuador: Radio Frontera 93.3 FM, sábados a las 9H00. Web: http://www.radiofrontera.ec/ Uruguay radio La Zurda Online, sábados 18h00 Web: radiolazurda.tripod.com Programas anteriores en: http://www.pichinchauniversal.com.ec/index.php/extras/especiales1/me-voy-a-volver

Una carnicería muy estadounidense

Una consecuencia no buscada del culto por las armas

¿Se merece o no Estados Unidos la muerte de sus niños?

Introducción de Tom Engelhardt

Es raro que se oiga a un autor decir “Mientras investigaba y escribía este libro sentía ganas de gritar”. Pero si nos detenemos en el título del libro de Gary Younge –Another Day in the Death of America: A Chronicle of Ten Short Lives (Otro día en la muerte de Estados Unidos. Una crónica de 10 breves vidas)– quizás no debería sorprendernos que cada día, cada semana, cada mes y cada año muera por disparos de armas de fuego un pasmoso número de menores en este país. Younge dedicó un tiempo importante a seguir la historia de 10 chicos estadounidenses que murieron en un solo día de noviembre de 2013 en incidentes ocurridos en todo el ámbito nacional.
Después de todo, en estos días, Estados Unidos es un refugio y un paraíso para las armas. Es difícil encontrar otro país de la Tierra –excepto en algunos lugares como Siria o Afganistán, donde toda la población está sumida en unos desesperados conflictos de aniquilación mutua– en el que las armas de fuego están tan al alcance de cualquiera. Entre 1968 y 2015, la cantidad de armas de fuego en Estados Unidos se duplicó hasta alcanzar los 300 millones. Solo entre 2010 y 2013, los fabricantes de armas estadounidenses doblaron la producción hasta casi alcanzar los 11 millones de unidades al año. Además, esas armas se han hecho más mortíferas. Los fusiles de asalto como los que utilizan los militares y las pistolas semiautomáticas son ahora las armas elegidas para los asesinatos múltiples y los ataques terroristas de ‘lobos solitarios’ en este país. Casi en todos los casos, estos asesinos consiguen sus armas y la correspondiente munición (a menudo en cargadores capaces de dar cabida a entre 15 y 100 balas) en comercios completamente legales. Y es cada día más fácil portar armas con tal de que no se vean. En Missouri, hace poco tiempo se aprobó una ley que permite portar ese tipo de armas sin que sean necesarios permiso ni adiestramiento.
En estas circunstancias, nadie debería sorprenderse que mueran muchos menores por disparos de armas de fuego; las razones sobran. Aunque, créanme que el impacto no será menor cuando lean el perturbador y conmovedor libro de Younge. El autor ha sido periodista, columnista y editor en el británico The Guardian –con residencia en Estados Unidos durante largo tiempo–; hoy nos ofrece una mirada del saldo de muerte por disparos entre nuestros muchachos y la forma en que normalmente los estadounidenses nos explicamos ese saldo (o, mejor aun, la forma en que nos gusta encontrar una explicación convincente).

* * *

La matanza juvenil del culto estadounidense por las armas

En promedio, cada día siete niños y adolescentes son tiroteados en Estados Unidos. En muchos sentidos, las elecciones de 2016 serán sin duda trascendentales; sin embargo, la disminución de estas muertes no será uno de ellos. Para lidiar con tal cantidad de víctimas –2.500 menores muertos por año– un candidato necesitaría un riguroso plan para ocuparse de la cultura de las armas de fuego en Estados Unidos que fuera mucho más allá de la verificación de antecedentes. Además, el/la candidato/ta se vería obligado/da a comprometerse con la desigualdad, la segregación racial, la pobreza y la falta de recursos de la salud mental que se suman al contexto en el que este nivel de violencia deviene posible. Piense el lector en el enorme montón de yesca seca para el que la fácil disponibilidad de las armas de fuego es la chispa que precede al incendio. En el Estados Unidos de 2016, abogar por cualquier cosa como el tipo de políticas que podrían encajar con esas cuestiones convertirían instantáneamente a cualquier candidato en alguien poco convincente, si no inverosímil, al menos para los ricachones que hay financian las elecciones.
Entonces, los chicos siguen muriendo y, en ausencia de cualquier intento político o legislativo serio de enfrentar las causas de esas muertes, los medios y la clase política recurren a las excusas. Desde la denuncia de la mala educación en casa hasta la falta de responsabilidad personal, normalmente se inclinan por culpar tanto a la sociedad como a las personas. En estos momentos, hay un solo grupo organizado que carga con toda la culpa por esas muertes. El problema –se sugiere– no es la cultura estadounidense sino la cultura de la banda.
Mientras investigaba para mi libro Another Day in the Death of America... sobre los menores muertos a balazos en un sábado cualquiera de 2013 me quedó claro lo frecuente que es que se utilice la presencia de pandillas en los barrios donde mueren tantos de esos chicos para evitar pensar seriamente en el porqué de la que pasa. Si se puede describir un tiroteo como “relacionado con bandas” también es posible dejar de tenerlo en cuenta por formar parte de una ‘patología’ de la vida urbana, sobre todo si se habla de negros. En realidad, la causa principal, en términos de patología, es un sistema legislativo que se niega a controlar la distribución de las armas de fuego, algo que convierte a Estados Unidos en el único país del mundo donde un libro como este habría sido posible.

“Relacionado con banda”

La obsesión por asignar a un tiroteo el carácter de “relacionado con banda” y la ignorancia que muestra la expresión me recuerda una entrevista que hice hace 10 años a un septuagenario del Mississippi rural llamado Buford Posey. Él había vivido en Filadelfia (Mississippi) aproximadamente en el tiempo en que tres activistas por los derechos civiles –James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner­– habían sido asesinados. Mientras le hablaba de aquellos tiempos y de personas que vivían en esa ciudad (algunas de ellas, como Posey, aún vivían), y mencionaba algún nombre él inmediatamente comentaba, “Bueno, él estaba en el Klan”, o “Bueno, su papá estaba en el Klan”; algunas veces solo decía “Klan” y lo dejaba así.
Después de un rato, lo interrumpí y le pedí una confirmación. “Escuche”, le dije, no puedo dejar que usted diga eso de esas personas sin alguna prueba que lo corrobore. ¿Cómo sabe que estaban en el Klan?”.
“Diablos”, respondió con total naturalidad; “yo estaba en el Klan. En ese tiempo, casi todos estaban en el Klan por ahí. Estar en el Klan no era nada extraordinario.”
Por supuesto, nuestras lealtades y afiliaciones son elecciones personales. Ni Posey ni ninguno de los otros hombres blancos de Filadelfia estaban obligados a sumarse al Klan, y era claro que algunos eran participantes más entusiastas que otros (el mismo Posey había apoyado al movimiento por los derechos civiles).
También es cierto que el contexto influye en esas elecciones. Si Posey hubiera crecido en Vermont es poco probable que se hubiese unido alguna vez al Klan. Si un blanco de Vermont hubiera nacido y crecido en Mississippi en aquellos años, es probable que tuviera una sábana blanca planchada guardada en el armario para las ocasiones especiales.
Por entonces, para los hombres blancos de Filadelfia, el Klan era el sitio de intercambio social. Era el lugar obligado para quien tuviera alguna esperanza de avanzar en el medio local, de no estar al margen de las cosas o simplemente quisiese nadar con la corriente. Dado que de un modo u otro prácticamente todos los conocidos de alguien estaban involucrados, ser blanco y vivir en Filadelfia significaba, de alguna manera estar ‘relacionado con el Klan’. Eso no quiere decir que el hecho de estar en el Klan otorgase un aprobado a alguien, pero sí significa que si uno quiere entender cómo funcionaba, por qué tenía el alcance que tenía y, en última instancia, quiere derrotarlo y no quedarse en la condena retórica, ante todo hace falta entender su atractivo en ese momento.
Lo mismo es verdad en relación con las bandas urbanas en Estados Unidos. En el día que elegí al azar para analizar en mi libro, 10 niños y adolescentes murieron tiroteados. No todos los homicidas fueron apresados, y probablemente nunca lo sean. Sin embargo, según cómo se defina la expresión, es posible discutir la posibilidad de que ocho de esos asesinatos estuviesen relacionados con pandillas. Tanto el homicida como la víctima formaban (o es probable que hayan formado) parte de un grupo al que se podría llamar banda. En solo dos casos era claro que no había relación alguna con una banda; ni la víctima ni quien disparara el arma estaban en una banda ni la pertenencia a una banda tuvo algo que ver con el tiroteo. Pero todas las 10 muertes tuvieron un claro denominador común: las armas de fuego.
El énfasis puesto en la pertenencia a una pandilla siempre me ha parecido una manera de situar las muertes de menores en dos categorías distintas: las merecidas y las inmerecidas. Si un balazo está relacionado con una banda se presume que el chico es, en cierto modo, responsable de su propia muerte. Solo quienes nada tienen que ver con una banda son inocentes y por eso merecedores de nuestra simpatía.

Confeccionar una ‘lista negra’

Cuanto más hablaba con los familiares y las personas del lugar, tanto más claro se hizo lo inservible de una expresión como “relacionado con banda” en la comprensión de quien es tiroteado y por qué. Como expresión, a menudo es más usada para rechazar que para describir.
Ahí está Edwin Rajo, de 16 años, que fue mortalmente baleado en Houston (Texas) más o menos a las 8 de la noche de ese 23 de noviembre. Vivía en Bellaire Gardens, un complejo de apartamentos de pocas plantas en una calle muy concurrida con edificaciones comerciales y residenciales en una zona llamada Gulfton en el suroeste de Houston. El complejo está entre una tienda que vende vestidos para novias y ropas muy atrevidas para quinceañera* –la celebración del cumpleaños de 15 de una niña– y la parte trasera de un supermercado Fiesta, que forma parte de la cadena comercial tejana orientada a los hispanos, con estridente iluminación de neón como para hacer que uno se sienta en Las Vegas. En la acera de enfrente había una casa de empeños, un salón de belleza, una ‘taquería’ mexicana y un restaurante salvadoreño.
Los Southwest Cholos, manejan este barrio, complejo a complejo. No había forma de evitarlo. “Empezaron desde muy, muy, jóvenes”, me contó una de las maestras de Edwin. “En la escuela primaria, Tercer grado o cuarto. Es lo que pasa con los muchachos... te unes a ellos para que te protejan. Aunque no formes parte de la camarilla, en tanto estés asociado con ellos, no hay problema. Si quieres estar seguro debes estar en el grupo exclusivo. Si no, estás solo; te harán saltar.”
En otras palabras, si te crías en Bellaire Gardens eres miembro de una pandilla, de la misma manera que los ciudadanos de la URSS eran miembros del Partido Comunista y los iraquíes en tiempos de Saddam Hussein lo eran del partido Baaz. No hay mucha elección, es decir, en sí misma, la afiliación a una banda no significa mucho.
De hecho, Edwin, un adolescente travieso y algo inmaduro no era un miembro activo de los Cholos, aunque se identificaba con ellos. Ciertamente, daba la impresión de que ellos le consideraban un poco como una carga. “Lo aceptaban”, dijo su maestra. “Él estaba colgado de ellos, pero todavía no era uno más. Su mejor amiga en el complejo, Camila (no es su verdadero nombre), estaba en la pandilla; según se dice, era como su madre. Ella se vestía al estilo Cholo y tenía un apodo dado por la banda. Después de varios altercados con alguien de una banda rival, que los había amenazado y había disparado al hermano de Camila, ella decidió conseguir una pistola.
“Estábamos pensando como si fuésemos niños pequeños”, me dijo Camila. “En realidad, yo no sabía nada de pistolas. Solo sabía que sirven para disparar; eso era todo.”
Seguramente, aquella noche Edwin estaba en el apartamento de Camila. Se supone que estaban jugando con la pistola. En algún momento, ella le disparó a él; no se había dado cuenta de que aunque había quitado el cargador aún quedaba una bala en la recámara. Entonces, ¿ese disparo tiene algo que ver con la pandilla? Es cierto que quién disparó estaba en una banda, y que ella había sido amenazada por un miembro de una pandilla rival, y que sin duda Edwin quería estar en la banda de Camila.
¿O se trató de un disparo accidental en una circunstancia en la que dos adolescentes que no sabían nada de pistolas habían comprado una y entonces uno de ellos había resultado muerto mientras estaban tonteando?
De alguna manera, en un entorno en el que las pandillas lo manejan todo, muchas de las cosas que hace la mayoría de las personas acaban “relacionadas con bandas”. Pero definir cualquier afiliación como una complicidad en la violencia no solo significa dar por perdidos a los menores de comunidades enteras solo por el hecho de haber nacido en el lugar equivocado en un momento inoportuno sino también –de pasada– criminalizarlos.
Por una razón: el criterio de pertenencia a una banda no podría ser más subjetivo e impreciso. Los jefes de pandilla no entregan nada parecido a un carné de membresía. A veces es solo una cuestión de jóvenes andando por ahí.
Por ejemplo, Stanley Taylor, que resultó mortalmente herido de bala en las primeras horas de aquella mañana de noviembre en Charlotte (Carolina del Norte). Pasó mucho tiempo con sus amigos en la calle de Beatties Ford. “Yo no diría que son una banda”, dice su colega Trey. “Pero es algo del barrio, de Beatties Ford. Tenemos nuestro propio grupito exclusivo. Nosotros estamos en la zona oeste. La zona norte es otro barrio completamente distinto; ahí ni se te ocurra hacer el tonto. Todo el mundo está unido. Este es mi hermano, este es mi hermano. Todos estamos en el mismo grupo. Nos cuidamos las espaldas unos a otros. Yo no voy a dejar que alguien te toque. Si tú golpeas a mi colega, yo te golpeo a ti. Porque yo soy su hermano.”
Stanley recibió un balazo en una gasolinera cuando se produjo un altercado con Demontre Rice, de la zona norte, después de que este, según se dice, casi le atropellara al entrar. Es discutible que alguno de ellos supiese de dónde era el otro; aun así, Rice estuviera en una pandilla (algo que yo no pude confirmar) que relacionara, ciertamente, eso haría que esta muerte se ‘relacionara con banda’.
Algunas veces, las bandas tienen verdaderos ritos de iniciación. No obstante, dado que la filiación a una banda puede conducir a actividades delictivas, las autoridades están tratando continuamente de acercarse a métodos más rigurosos de identificar a los miembros de bandas. Es casi inevitable que semejantes intentos echen pronto mano de los estereotipos. Por ejemplo, un artículo de 1999 publicado en Colorines, señalaba que en “por lo menos cinco estados, usar tejanos anchos de FUBU** y ser relacionado con una banda sospechosa es suficiente para definir la ‘pertenencia a una pandilla’. En Arizona, un tatuaje y unas zapatillas Adidas de color azul alcanzan para lo mismo”. En la suburbana Aurora (Colorado), la policía local decidió que dos de los siguientes rasgos constituían pertenencia a banda: “uso de argot, ropa de un color determinado, uso de buscapersonas, un corte de pelo determinado, uso de joyas”.
La población negra de Aurora llega al 11 por ciento y figura en el 80 por ciento de su base de datos sobre bandas. Al responsable local de ACLU*** se ha oído decir: “Esta base da datos también podría llamarse lista negra”.

Armas de fuego por todas partes

Las pandillas no son algo novedoso ni algo específicamente racial. Hace mucho tiempo que, desde las bandas irlandesas, polacas, judías y puertorriqueñas de Nueva York hasta la Mafia, variados tipos de agrupamiento de sobre todo –pero no exclusivamente– hombres jóvenes forman parte de la vida de Occidente. Es frecuente que vinculen lo social, la violencia, el espíritu emprendedor y lo criminal. Dicho esto, de ninguna manera hay que minimizar el daño, a menudo letal, que las bandas organizadas ocasionan a la juventud.
Todos decían que uno de los muchachos que murió ese 23 de noviembre en Chicago, Tysohn Anderson, de 18 años, era miembro de una pandilla. Hacía mucho tiempo que su madrina, Regina, pensaba que la vida de Tyshon tendría un final temprano. “Robaba, vendía droga, había matado. Él mandaba en la calle. Era realmente así. Sobre todo para alguien tan joven. Tenía poder. Muchas personas le tenían temor y estaban asustadas. Sé que tenía algunos muertos en su haber. Yo lo vi crecer, y sé que podría haber sido un buen chico. Pero no tiene sentido dorar la píldora. Era un chico malo, también.” Si yo hubiese elegido otro día, muy bien podría estar escribiendo sobre una víctima de Tyshon.
Aunque los jóvenes involucrados en bandas son una pequeña minoría del total, las cifras son importantes. En Estados Unidos, según la Encuesta Nacional de Bandas Juveniles (NYGS, por sus siglas en inglés), en 2012, había alrededor de 30.000 pandillas, y sus integrantes superaban los 800.000, más o menos la población de Amsterdam.
Lo novedoso en esto no son las bandas en sí mismas sino el aumento de su letalidad en los últimos años. Según la NYGS, entre 2007 y 2012 la pertenencia a pandillas aumentó en un 8 por ciento pero los homicidios relacionados con bandas aumentaron en un 20 por ciento. Da la impresión de que la principal razón de que la actividad de las bandas sea mucho más letal es la cada vez más fácil disponibilidad de las armas de fuego, y también del incremento de la eficacia mortal de esas armas. Estudios realizados por el condado de Los Angeles entre 1979 y 1994 han revelado que la proporción de incidentes relacionados con pandillas en los que se emplearon armas de fuego y terminaron en muertes saltaron del 71 por ciento al 95. “El contraste con lo que sucede hoy en día es sorprendente”, dice el sociólogo Malcom Klein, después de llegar a conclusiones similares en Filadelfia y la zona este de Los Angeles. “Ahora, las armas de fuego son lo normal. Se compran con facilidad o se pueden conseguir prestadas; hay más disponibilidad que en el pasado.”
Esto dificulta enormemente la labor de los padres o tutores cuando tratan de proteger a los adolescentes de las malas compañías o las elecciones inapropiadas (como los padres de todas las clases y etnias suelen hacer). Identificarse con una banda y hacer algo aparentemente inofensivo, como llevar vestimenta de un color determinado o hacer amistad con la persona inadecuada puede resultar en una muerte prematura. Como resultado de ello, el padre de Gustin Hinnant, de Goldsboro (Carolina del Norte) acostumbraba quemar las prendas rojas de su hijo si veía que las usaba con demasiada frecuencia. Gustin murió joven de todos modos, alcanzado en la cabeza por una bala perdida destinada a otro muchacho de una banda. La abuela de Pedro Cortez, de San Jose (California), solía esconder las camisetas rojas de su nieto –este color lo identificaba con la banda local de los Norteños– solo por si acaso. Aun así, el mismo 23 de noviembre, Pedro –que era invidente – fue muerto de un disparo mientras paseaba por un parque. Llevaba ropa negra pero, por cierto, el amigo que iba a su lado vestía de rojo.
Las pandillas no son una exclusividad de Estados Unidos, ni los progenitores estadounidenses son peores que los de otros lugares del mundo; tampoco sus hijos son peores. Sin embargo, hay una diferencia entre Estado Unidos y los otros países del mundo Occidental que es imposible eludirla; si así no fuera, mi libro sería inconcebible. Este país es el único sitio donde, además de la yesca de la pobreza, la desigualdad y la segregación racial –entre otros desafíos–, está la combustible presencia de las armas de fuego; armas de fuego por todas partes, armas de fuego tan a mano que son absolutamente inevitables.
En tanto los estadounidenses se nieguen a implicarse en esta realidad tan sencilla de su panorama social, las muertes como las que he descrito en mi libro continuarán ocurriendo con una truculenta regularidad. De hecho, yo podría haber elegido cualquier sábado de las dos últimas décadas; el resultado hubiese sido el mismo.
Subestimar esas muertes con la expresión “relacionadas con bandas” –que equivale a deshacerse de las víctimas por pertenecer a una categoría moral inferior– es una forma de no enfrentar la realidad de Estados Unidos. Pone el ruido de fondo de la muerte cotidiana en un volumen lo suficientemente bajo como para permitir que el país siga en sus asuntos sin que se sienta perturbado. Asegura una confluencia de la cultura, la política y la economía que garantice que un promedio de siete menores se levanten pero no regresen a dormir cada día del año, mientras que la mayoría de la población duerme profundamente.

Gary Younge
TomDispatch
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

* En castellano en el original. (N. del T.)
** FUBU es una marca de ropa Hip Hop. (N. del T.)
*** ACLU son las siglas, en inglés, de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. (N. del T.)

Gary Younge es editor de The Guardian; trabajó durante 12 años en Estados Unidos, pero regresó recientemente a Londres. También escribe la columna mensual “Beneath the Radar” para la revista The Nation; es el Compañero Alfred Knobler en el Nation Institute. Su libro más reciente es Another Day in the Death of America: A Chronicle of Ten Short Lives (Nation Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176201/tomgram%3A_gary_younge%2C_america%27s_deserving_and_undeserving_dead_children/#more

domingo, octubre 30, 2016

John Reed y Los diez días que conmovieron el mundo



La capacidad de evocación de John Reed, entre entusiasta y distante creó escuela como se percibe claramente, por ejemplo en el Homenaje a Cataluña de George Orwell. Su prestigio ha sido tal que ha hecho olvidar otras crónicas, como la del menchevique de izquierdas, Nikolai Sujanov, mucho más extensa y también mucho más precisa, y luego injustamente olvidada. Ambas fueron reconocidas por el gobierno revolucionario como el primer material histórico con el que comenzó a urdid una nueva historia, de unos acontecimientos recientes y tan memorables sobre los que a nadie se ha había ocurrido todavía introducir rectificaciones oficiales. Los diez días que conmovieron el mundo pasó a ser una obra legendaria tras la muerte de su muerte del autor, y sobre todo con la tentativa de adaptación efectuada por Einsenstein en 1927 con la película Octubre, obra que, paradójicamente, cerrara el periodo anterior, constituyéndose en la primera victima de una nueva historia oficial en la que el lugar de los cronistas y los historiadores lo ocuparía José Stalin al que Reed solamente menciona una sola vez a lo largo de sus páginas.
John Reed se dispuso a escribir de manera ordenada su obra sobre lo que había presenciado en Petrogrado, el corazón de la revolución cuatro meses después de que se instaurara el gobierno bolchevique, iniciando así lo que más tarde tomó control de Rusia para iniciar un importante experimento de reorganización social. No eran éstas sus primeras palabras sobre la revolución. Desde que llegara a Rusia en septiembre de 1917 hasta su salida en febrero de 1918, sus pareceres, opiniones observaciones habían sido anotados en cuadernos pasado por su máquina de escribir portátil. Sus informes de juntas, discursos, proclamas entrevistas, resoluciones movimiento de tropas, levantamientos escaramuzas fueron escritos a un ritmo frenético por un hombre que iba a todas partes, tratando de ver, sentir, entender describir explicar los complejos acontecimientos de la transformación social. A mediados de marzo, estancado temporalmente en Christiania, Noruega, tuvo tiempo de pronto para mirar con más calma el sentido total de su experiencia.
Como autor que escribía para un público que suponía hostil al ateísmo y el colectivismo de los bolcheviques, Reed recurría con facilidad a imágenes de sencillas fuerzas naturales que operaban sin importarles Ia voluntad humana, luego añadía suficiente historia para mostrar en la revolución de octubre el inevitable resultado de las tendencias históricas. El argumento iba como sigue: Básicamente demócratas y comunistas las masas rusas nunca habían respondido a las ideas avanzadas de Europa occidental que fascinaran a los intelectuales y condujeran a un siglo de abortados movimientos revolucionarios de a clase media. Pasional, voluble, supersticioso, un pueblo oprimido fatalista había seguido paso a paso su propia senda ocasionalmente estallando en espontáneas orgías de violencia: quemando haciendas, matando nobles, degollando sacerdotes. La fuerza de Ia Iglesia lo había tenido parcialmente a raya, pero en años recientes la honda espiritualidad de las masas se las masas se había ido secularizando, cifrada en nuevas fuerzas espirituales como el socialismo. Mientras los lideres intelectuales se dieron a teorizar y jugar a gobernar tras las revoluciones de 1905 y de febrero de 1917, la “mente racial” del pueblo se acercaba lentamente a una decisión. Ésta se produjo en noviembre, La guerra el hambre la corrupción, el desplome total de los servicios sociales: todo esto allanó el camino a los bolcheviques. Como el cambio de estaciones. una vasta metamorfosis había estallado en el país con “tempestad y viento, y luego un agotamiento de rojo florecer”. Los líderes que reformistas fueron “hechos a un lado”, mientras Lenin y Trotsky sobrevivían nadando en una poderosa marejada “la multitud”, como los verdaderos “héroes de la revolución rusa”.
La revolución social podía parecer atemorizante. Aterrada por el “espectáculo de todo un pueblo que sigue su propio indómito camino hacía sus propios fines”, gran parte de la intelectualidad local se había retirado a la oposición, mientras el resto del mundo miraba sin comprender. El escándalo moral por las acciones rusas -la expropiación de la propiedad privada, la cancelación de las deudas internacionales y la negativa a continuar en la guerra- no venía al caso, pues los valores dependían de la cultura: “Es difícil para la burguesía -sobre todo la burguesía extranjera- comprender las ideas que mueven a las masas rusas. Resulta muy fácil decir que no tienen sentido del patriotismo, el deber, el honor que no se someten a la disciplina ni aprecian los privilegios de la democracia, que en suma son incapaces de gobernarse. Pero en Rusia todos estos atributos del Estado demócrata burgués han sido remplazados por una nueva ideología. Hay patriotismo, pero es la fidelidad a la hermandad internacional de la clase trabajadora; hay deber, y por él se muere alegremente, pero el deber hacia la causa revolucionaria; hay honor pero es una nueva especie de honor basada en la dignidad de Ia vida humana y de la felicidad, y no en lo que una imaginaria aristocracia de sangre o de riqueza ha decretado apto para sus “caballeros”; hay disciplina: disciplina revolucionaria (..) y as masas rusas se muestran capaces no sólo de gobernarse sino de inventar toda una nueva forma de civilización.”
La fe del converso no disimulaba los enormes problemas que se le presentaban al régimen: “Sola como se ha la única cosa viva en el universo hay una fuerte probabilidad de que la revolución rusa no logre desafiar la mortal enemistad del mundo.” No importaba. La imaginación e poeta podía tomar vuelo, elevarse más allá de lo que pudiera acontecer en días por venir, y trazar una parábola que abarcara los momentos de gloria que un pueblo había vivido: “Ya sobreviva o perezca, ya sea alterada irremediablemente por aI presión de las circunstancias, habrá mostrado que los sueños pueden hacerse realidad”. Si dichos sueños pertenecían en gran parte a las “masas afanosa”, no hay duda que los de Reed participaban hondamente, infundiendo a las palabras un espíritu de lírica energía, espoleando al cuerpo a sobrepasar la fatiga para llegar al éxtasis del agotamiento convirtiendo en alegría el miedo y la incertidumbre. La revolución era un sueño encarnado; tocados por su espíritu, el hombre, el poeta y el periodista se remontaban al reino de la trascendencia visionaria.
Para Reed -como para la turbulenta Rusia- el sueño había tardado largo tiempo en llegar. Desde la niñez, el romance, la aventura y el colorido habían llenado su imaginación, ayudando a crear a lo largo de su vida una búsqueda de sentido en los grandes hechos de los hombres. El deseo de heroísmo se fusiono con una creciente conciencia social hasta que ambos fueron indiscernibles. Imágenes solapadas se fundían: las hazañas de la literatura clásica, indios primitivos cruzando un bosque fronterizo, un puerto con barcos de altos mástiles y cargas fragantes, a política de un padre que pagó el honor con la vida, el apiñamiento de las metrópolis del Este y sus vecindarios, masas de inmigrantes morenos sombreros de camaradas bajo el cielo del desierto, el cieno de las trincheras y montañas de huesos y carne humana. En 1915 tales visiones convergieron en Rusia, una tierra donde lo anticonvencional brillaba lo suficiente para penetrar la fealdad de un gobierno opresor. En ese tiempo, tratando de escuchar el retumbar del cambio, el anhelante Reed percibía en cada sonido disidente el posible grito natal de un orden nuevo.
Rusia era una tierra extraña para los norteamericanos, y Jack estaba lejos de ser el único que proyectaba en ella las imágenes formadas por sus deseos personales. Entre los bohemios había florecido un culto ruso en el que figuras como Nijinski, Chejov, Stravinsky, Diaghilev y Dostoyevski eran adoradas no sólo por su genio individual, sino también por la manera en que expresaban esa fuerza misteriosa conocida como el alma eslava. Considerada el polo opuesto de los materialistas Estados Unidos, Rusia era amada por su exotismo, su pasión y su espiritualidad. Tal imagen no era precisamente la que tenían los pensadores políticos, quienes reprobaban la autocracia, los pogromos y la corrupción del régimen zarista. Sin embargo, esas creencias empezaron a infiltrarse en la retórica de los dirigentes norteamericanos cuando la revolución de febrero de 1917 derrocó al zar e instauró un gobierno provisional que prometía el advenimiento del constitucionalismo occidental. Producido en un momento oportuno, el levantamiento facilitó la entrada de Estados Unidos en la guerra, pues entonces la pugna mundial parecía librarse claramente entre la democracia y la autocracia. No sólo los periódicos y los liberales belicistas esgrimían este argumento, sino que en su discurso de guerra ante el Congreso, Woodrow Wilson habia pronunciado palabras que Reed hubiera podido escribir un año después. Afirmando que la autocracia “no era de hecho rusa en su origen, carácter o propósito”, el presidente saludaba en Rusia a un país que “siempre fue, de hecho, demócrata de corazón, en todos los hábitos vitales de su pensamiento, en todas las relaciones íntimas de su pueblo que hablan de su instinto natural”.
Las primeras reacciones de Reed ante la revolución de febrero fueron moderadas. Considerándola obra de “nobles provincianos de ideas liberales, negociantes, profesores, editores y oficiales del ejército”, temía exactamente lo que los gobernantes norteamericanos deseaban que el Gobierno Provisional fortalecería al país y prolongase la guerra mundial. Esta opinión empezó a cambiar al hacerse de Ia existencia de un segundo centro de poder político, los Consejos de Delegados Obreros y Militares, que pronto serían nombrados con la palabra rusa “soviets”. Cuando el New York Times llamó a sus miembros “radicales y sindicalistas extremos, equivalentes a los agitadores de la IWW en este país”, el interés de Reed se despertó, y en junio, cuando la agitación soviética en pro de una paz por separado obligó a renunciar a dos ministros conservadores del gobierno provisional, Jack se disculpó por no haber comprendido la revolución: “Nada más veíamos el ‘frente’…la realidad consistía en el levantamiento, por largo tiempo frustrado, de las masas rusas…y su propósito es la fundación de una nueva sociedad humana sobre la tierra;” La máquina para lograrlo serían los soviets, el verdadero corazón revolucionario de la Nueva Rusia”.3
El gran periodista liberal de izquierdas Lincoln Steffens, a su retorno de Rusia a fines de junio, trajo entusiastas reportes de primera mano sobre los soviets como centros de discusión democrática y toma de decisiones, e incluso mencionó un disciplinado partido llamado “Bolchevique”, cuya meta era llevar más allá la revolución. El confuso Jack captó estas palabras, pero no las registró sino hasta después de que Louise decidiera volver a casa. Al desembarcar, en la primera semana de agosto, la mujer se halló en brazos de un marido rebosante del deseo de ir a Rusia. A ella le resultó fácil conectarse con un sindicato de prensa, pero Reed -que un año antes fuera uno de los corresponsales mejor pagados del país- no pudo encontrar un editor dispuesto a contratar a un radical antibelicista. The Masses y el diario socialista The New York Call proporcionaron credenciales, pero ninguno tenía dinero para costear el viaje. Este problema se resolvió cuando Max Eastman y su amigo Eugen Boissevain convencieron a una acaudalada dama de sociedad de donar dos mil dólares para tal fin.
Antes de obtener un pasaporte Reed debía poner en claro el problema del servicio militar. Solicitó comparecer ante la junta de reclutamiento de Croton y el 14 de agosto se sometió a un examen físico y fue declarado en buena salud. Al día siguiente, después de considerar un informe de Johns Hopkins sobre la nefrectomía, la junta lo dispensó del servicio. Luego la oficina de pasaportes lo citó para un interrogatorio especial. En respuesta a un llamado soviético, se reuniría en Estocolmo una conferencia pacifista internacional de socialistas el Departamento de Estado negaba pasaportes a los representantes del partido norteamericano. Incapaces de distinguir entre radicales de distinta estirpe, los funcionarios insistieron en que Reed prestara juramento en el sentido de que no representaría al al partido socialista, dividido sobre la cuestión. Si bien la reunión le interesaba, no era delegado ni miembro del partido, así ue no tuvo dificultad en jurar. Su último artículo antes de zarpar en el barco danés United States se basaba en materiales que Louise había reunido en el continente europeo. Informando de la inconformidad que existía en Francia con respecto a la guerra, y relacionándola con los cambios en Rusia, hizo una predicción: “Grandes. acontecimientos se gestan en Europa, tales como sólo la imaginación de un poeta revolucionario habría podido concebir.”
Desde Nueva York viajaron a Halifax, donde el barco quedó detenido una semana mientras las autoridades inglesas buscaban contrabando. Temiendo que le confiscaran unas cartas de radicales norteamericanos a socialistas extranjeros, Jack las escondió bajo el tapete, y al aparecer un piquete de marinos, los distrajo de la tarea de registrar el camarote compartiendo con ellos una botella de whisky. La travesía fue extrañamente gozosa: la banda tocaba continuamente y la gente se vestía de gala para la cena. Entre los diversos grupos de pasajeros -escandinavos, un grupo de muchachos universitarios que iban a trabajar en la sucursal de un banco norteamericano en Petrogrado, un gran número de judíos pobres, exiliados políticos que volvía a casa; vendedores norteamericanos con la esperanza de ganar los mercados rusos– apenas si se hablaba de la guerra. El interés en la revolución era notable, y de muchas opiniones, la más insólita correspondía a un joven aristócrata ruso: “El pueblo ruso posee el instinto artístico. Han logrado algo grande, magnífico. Han hecho lo que los franceses llaman el grand geste…Es todo lo que me importa en la vida. El ballet, la ópera, las grandilocuentes extravagancias de los ricos: ¿qué son al Iado de esta épica?”
Tras desembarcar en el puerto noruego de Christiania, Jack y Louise abordaron un tren atestado para realizar un incómodo viaje de dieciocho horas, incluyendo una noche, a Estocolmo. Allí se enteraron de que la junta de paz había sido pospuesta. En el cuartel general de la Oficina Socialista Internacional conocieron al secretario general Camille Huysmans, cuyo rostro flaco y demacrado, con delgado bigote, destilaba fatiga. Con calma, pero con firmeza, les aseguró que, pese a las acciones de Estados Unidos, Francia e Italia para impedir que los representantes asistieran a la conferencia, ésta habría de celebrarse pronto. Por lo menos, las líneas estaban claramente marcadas: “Únicamente los gobiernos impiden que los partidos socialistas envíen aquí a sus delegados electos. Ahora, al menos, son los pueblos los que quieren la paz, y los gobiernos los únicos que desean continuar la guerra.”
El cuartel socialista se hallaba repleto de representantes de muchos países continentales; todos rebosaban entusiasmo y planes esperanzados de construir “un mundo nuevo”. Panin, delegado del Consejo Ruso de Obreros y Soldados, enteró a Reed de los orígenes espontáneos de los soviets en 1905 y de su renacimiento a principios de 1917; era un relato “más dramático e infinitamente más inspirador que la historia de los Romanov”. Paul Axelrod, que con sus gruesos anteojos y espesa barba era todo un “profesor alemán distraído”, prodigó noticias sobre los movimientos radicales en Europa central. Ambos informantes recalcaban que la revolución rusa no tardaría en acercarse más al socialismo. Éstas eran felices nuevas, pues querían decir: ‘ Allá como en nuestra propia tierra, los días más grandes están por venir.”
En espera de que el consulado ruso expidiera una visa, Jack y Louise exploraron Estocolmo. La grácil ciudad sobre canales, próspera gracias al comercio bélico, era un abarrotado y alegre punto neutral de reunión para ciudadanos de las naciones beligerantes, un centro de espías, conspiradores y especuladores, santuario para las conferencias secretas de los nacionalistas de Europa oriental. Departiendo en cafés y restaurantes con turcos y rusos, diplomáticos ingleses y alemanes, sudamericanos, polacos, finlandeses y checos, oyeron muchos rumores sobre los sucesos de Rusia. El 10 de septiembre, los periódicos publicaron que Riga, en Latvia, había caído ante el ejército alemán. Temeroso de que cerraran la frontera, Reed preguntó a Panin si seria posible apresurar la visa.
Era posible, y esa misma tarde, “por el poder del Soviet”.Jack y Louise abordaron un tren que partía hacia el norte. Compartían el vagón con una diversidad de pasajeros: un general delgado, alto y silencioso que volvía a casa al cabo de dos años en Inglaterra, varios otros oficiales, un anarquista de barba gris que regresaba de un exilio de treinta y ocho años, media docena de jóvenes rusos graduados en campos británicos de aviación, un general inglés con tres ordenanzas. El campo sueco recordaba la región noroeste del Pacífico norteamericano: cordilleras de cerros cubiertos de oscuros abetos y pinos, troncos llevados por los rabiones, casas de madera y graneros pintados de rojo, terrenos pedregosos con mechones de cebada atados tiesamente a los postes. En el puerto de Haparanda. justamente debajo del círculo ártico, las autoridades registraron el equipaje y confiscaron toda cosa de comer. A continuación, los viajeros abordaron una pequeña embarcación y cruzaron una esquina del Báltico para llegar a Finlandia, donde los sombríos cobertizos de hierro en los muelles y las pulcras torres de iglesia apenas daban indicio de que esto fuera parte de un país, donde el cambio social se hallaba en marcha.
De repente apareció la revolución. Estaba allí en los uniformes de los soldados rusos, con los botones imperiales arrancados y bañas rojas cosidas en las chaquetas, y en el despreocupado comportamiento de los hombres en servicio: un centinela fumando sin hacer el menor movimiento para saludar a un superior, guardias haraganeando en las sillas de la estación ferroviaria, una escuadra de desaseados reclutas en el cuarto de equipajes vigilando a los oficiales para que no aceptaran sobornos, rehusando dar tratamientos preferente al general. En la sala de es era había cartelones donde se anunciaba que unos días antes el general Lavr Kornílov había iniciado una marcha sobre Petrogrado con el fin de suprimir el gobierno provisional de Alexander Kerensky. Nadie sabía qué había ocurrido desde entonces la multitudes discutían a gritos. Los oficiales partidarios de la idea de un hombre fuerte que restaurase la le y el orden eran rebatidos por soldados rasos. Unos cuantos meses antes sabían muy poco de política, pero ahora con los bolsillos llenos de panfletos, hablaban de libertad, democracia y escuchaban atentos “con un patético anhelo de aprender”. Un tren ruso llevó a Jack y Louise al sur, cruzando Finlandia, por anchos campos y tranquilas poblaciones de sólidas casas de madera. En cada estación los recibían rumores inquietantes: Kornilov había capturado Petrogrado, Kerensky había sido asesinado los bolcheviques habían tomado las armas, las calles de la capital’ estaban inundadas de sangre. Escuchando los comentarios pro-Kornílov de los pasajeros de clase alta, Reed empezó a “percibir vagamente que la revolución rusa se había convertido en una lucha de clases. en la lucha de clases”. Anteponiendo el orden a un mayor cambio, la clase media que ayudara a derrocar al zar respaldaba ahora la contrarrevolución. Turbado por fantasías sobre cosacos lanzados a la carga por todo Petrogrado, el pensamiento de Jack se adelantaba, junto con plegarias por la seguridad de la revolución.
La noche fue larga y oscura, con aguaceros. En cada parada el tren era cerrado con llave mientras reclutas con bandas rojas en el brazo escudriñaban periódicos, mirando con insolencia a los oficiales de alto rango. Al día siguiente, pasando el puerto de Abo, los soldados revolucionarios se mostraron francamente hostiles. Caminaban en pequeños grupos a lo largo de los vagones, atisbando por las ventanas y murmurando con ira: ” ¡Burgueses! ” Su conducta trasladó a Reed al pasado: “Me sentí como debe haberse sentido algún viajero inglés que fuera en diligencia de Boloña a París en 1793, cuando el Terror cundía, al detenerse a cambiar caballos en una pequeña posta y ver las fieras caras velludas de la milicia jacobina local asomadas a la ventana.” En Viborg, el terror se hizo realidad. La muchedumbre se arremolinaba en la estación discutiendo los sucesos del día. Cuando un comandante general rehusó obedecer la orden de enviar tropas a defender Petrogrado contra Kornílov, los soldados habían irrumpido en el alto mando y sacado a las calles a varios oficiales para ahogarlos en un canal.
“Si me preguntaran qué considero lo más característico de la revolución rusa, diría: la vasta sencillez de sus procesos. Como la vida rusa que describen Tolstoy y Chejov, como el curso mismo de la historia rusa la revolución parecía dotada de la paciente inevitabilidad de la savia que asciende en primavera, de las mareas oceánicas. La revolución francesa, en sus causas y su arquitectura, siempre me ha parecido esencialmente un asunto humano, criatura del intelecto, teatral; la revolución rusa, en cambio, es como una fuerza de la naturaleza”.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

(*) Este trabajo estaba destinado a una efímera e interesante revista sudamericana, y fue redactado en la misma época en que preparé la edición de una antológica de john Reed que con el título Rojos y rojas, editó El Viejo Topo, y que incluía un extenso prólogo amén de un epílogo dedicado a la película Reds/Rojos, de Waren Beatty.

Hungría 1956: Aniversario de una revolución



En los años cincuenta, el estalinismo, que había salido reforzado con la victoria sobre el nazismo, había extendido su poder a toda Europa del Este y había ampliado su influencia, pese a sus diferencias con Mao, a China (1949) y a Corea (1953), parecía haber llegado a un punto de no retorno. Se hablaba del “campo socialista” que, entre otras cosas, reafirmaba su victoria histórica contra el “viejo” socialismo revolucionario y pluralista… Una historia qua quizás pueda parecer lejana pero cuya importancia no puede ser desmerecida, de entrada porque contribuye a comprender mucho mejor el “fracaso del socialismo”, un ideal que, al decir de los obreros polacos, había sido un buen invento pero que había sido mal aplicado. El socialismo es inherente a la libertad, y esto lo tuvieron claro los trabajadores, los estudiantes y los intelectuales obreros húngaros que en pleno fervor revolucionario descabezaron las odiosas estatuas de Stalin, momento que quedó inmortalizado en unas fotos que nos hablaban de la víspera de nuestro tiempo: de la crisis irreversible del estalinismo. Un desastre o un desvío de una revolución que podía haber sido muy diferente. No le faltaba razón a Pascual Maragall cuando dijo aquello de que, de no haber sido por lo de Hungría del 56, todos nos hubiéramos hecho comunistas.
Y es que incluso aquí donde el régimen presentó los hechos como sí se tratara de una rebelión nacional-católica (así lo presentan algunas películas de la época como El canto del gallo, de Rafael Gil con Francisco Rabal), no por ello dejó de influir en la evolución del pensamiento crítico de las nuevas generaciones.
Se puede decir que todo comenzó con la conmoción provocada por el XX Congreso del PCUS, con el inaudito “Informe Kruschev” sobre los crímenes de Stalin que, a pesar de sus contradicciones y limitaciones, sirvió para legitimar en cierta medida el movimiento de protesta que, en el verano de 1956, afectaba en Hungría a todos los grupos sociales y en especial a estudiantes e intelectuales. Las voces más numerosas reclamaban medidas urgentes para corregir el modelo socialista. Decía Bela Kovacs, el secretario del Partido de los Pequeños Propietarios liberado en abril, que nadie pensaba entonces en volver a la situación anterior a 1945. La frase probablemente fuera exagerada. En la manifestación del 56 se confundieron distintas corrientes, desde comunistas, anticomunistas, demócratas, liberales, socialdemócratas, hasta nostálgicos horthystas, y confluyeron las insatisfacciones materiales derivadas de la industrialización acelerada y la crítica al sistema de poder responsable de la anterior. El denominador común de los manifestantes radicaba en la defensa de un patriotismo independiente y soberano.
Ya en julio de 1956, Moscú, consciente del malestar existente en el partido húngaro, envió a Budapest a dos eminentes jerarcas, Mikoyan y Suslov, para arbitrar una solución. Esta no fue otra que la de hacer dimitir de la dirección al odiado Rakosi, nombrando en su lugar a Erno Geröe (igualmente poco popular por su identificación con el sistema del anterior, comisario estalinista en 1937 en Barcelona), e incorporar a la ejecutiva a Janos Kadar y otros de los llamados comunistas nacionales (que habían pertenecido a la Resistencia), representantes de una línea centrista y moderada. La nueva dirección anunció un programa con determinadas concesiones, que fueron consideradas insuficientes por la oposición. Entre las resoluciones adoptadas, estaban la de rehabilitar a las víctimas del rakosismo, celebrándose honras fúnebres en su recuerdo (el 6 de octubre tuvo lugar el funeral por Rajk), que congregaron a mucha gente, readmitir a Imre Nagy en el Partido (13 de octubre) y mejorar las relaciones diplomáticas con Yugoslavia, siguiendo el ejemplo de Moscú. En este sentido, en septiembre se firmó un protocolo de cooperación económica, y el 15 de octubre salió para Belgrado una delegación húngara encabezada por Geröe y Hegedüs -presidente del Consejo- con objeto de proseguir las negociaciones. El regreso de la delegación a Budapest coincidió con la manifestación preparada por intelectuales y estudiantes para ese día, 23 de octubre.
Los manifestantes se congregaron ante la estatua del poeta Petöfi, recitándose un poema simbólico -Talpra Magyar- que recordaba los inicios de la revolución antihabsbúrgica de 1848. El Gobierno, desconcertado e indeciso, terminó por consentir la manifestación que en un principio había prohibido. La multitud -formada por intelectuales, estudiantes, empleados, obreros, campesinos, e incluso soldados de uniforme-, que portaba banderas nacionales sin el emblema comunista, mostró después su solidaridad con el pueblo polaco en la plaza de Joseph Bern -un general polaco que luchó con los húngaros en 1848-49-. Se leyó allí el comunicado elaborado por la Unión de Escritores, que, en la misma línea reformista y moderada de las propuestas del Círculo Petöfi, pedía la reunión del Comité Central del partido y la incorporación de Imre Nagy al Gobierno. También se dio lectura al manifiesto reivindicativo de los estudiantes, más radical y mucho más aplaudido que el texto anterior. Era una carta de 16 puntos en la que, entre otras exigencias, se formulaba la necesidad de evacuación de las tropas soviéticas, la reconstitución del Gobierno bajo la dirección de Imre Nagy y la expulsión de los estalinianos, elecciones generales con sufragio universal y secreto y participación plural de partidos, derecho de huelga para los trabajadores, revisión de los tratados soviético-húngaros, de los procesos político y económico, y rehabilitación de las víctimas del rakosismo además, por supuesto, de proclamar la solidaridad con el pueblo polaco.
A continuación, el grito de “¡Nagy al poder!” se convirtió en el lema más repetido por la multitud. ¿Qué hacía entretanto el personaje cuyo nombre se invocaba con intenciones mesiánicas? Nagy no participó en la manifestación, pero se vio obligado por la tarde a dirigir unas palabras a la muchedumbre. Habló desde la sede del Parlamento con un lenguaje gubernamental, racional más que sentimental, sobre la solución de los problemas y divergencias a través de la discusión y la negociación, animando a la gente ante todo a preservar el orden constitucional y la disciplina. A la misma hora aproximadamente, el primer secretario del partido, Erno Geröe, emitió un comunicado por radio en el que defendió el poder de la clase obrera y concluyó condenando una manifestación que calificaba de nacionalista. ¿Se trató de una provocación deliberada? Lo cierto fue que el comunicado del secretario decepcionó profundamente a los manifestantes y a raíz del mismo los acontecimientos se precipitaron en una espiral de violencia, en el edificio de la Radio, en la sede del periódico oficial del partido, y en otros barrios de la ciudad. La AVH (policía de seguridad del Estado) protegió los puntos neurálgicos de la población, pero la calle fue tomada por los insurgentes.
Llegó un momento en el que la situación para el Gobierno era en extremo difícil, ya que carecía de autoridad moral, no disponía de fuerzas suficientes para reprimir la insurrección, y además dudaba de su lealtad, caso de producirse un enfrentamiento popular. El Comité Central del partido, reunido urgentemente en la noche del 23 al 24, adoptó dos decisiones trascendentales: nombrar a Imre Nagy presidente del Consejo de Ministros, y solicitar la ayuda de las tropas soviéticas para restablecer el orden. En relación al segundo acuerdo, se hizo creer que la petición de ayuda soviética fue refrendada por Nagy, pero –presume François Fejtö, el más reconocido historiador de esta época, basándose en diversos testimonios- semejante imputación podía formar parte de una maniobra política para desprestigiar y aislar al personaje, haciéndole responsable de la invasión. De partida, parece difícil que Nagy mediara en una decisión cuando aún no había tenido prácticamente tiempo de tomar posesión del cargo, si se tiene en cuenta que los tanques soviéticos aparecieron en las calles de la capital en las primeras horas del día 24 de octubre. El asunto, no obstante, permanece oscuro, aunque quizás los húngaros de hoy lo conozcan mejor. En efecto, el The Budapest Post comunicaba en febrero de 1993 la publicación de dos libros, El expediente Yeltsin y Las páginas que faltaban, con documentos de origen soviético sobre la revolución de 1956, que Boris Yeltsin había regalado durante su visita a Budapest en noviembre de 1992 al presidente húngaro Arpad Göncz.
Cuando fue interrogado por un periodista del citado semanario, el presidente del Consejo de Ministros húngaro el 23 de octubre de 1956, Andras Hegedüs, declaró su satisfacción por la entrega de estos documentos, y, aunque aún no los había leído, no dudaba de su interés para explicar su propia actuación en aquellos dramáticos días, señalando al respecto que él no actuó solo y que lo hizo por sentido de responsabilidad política. Los documentos parecen revelar que la carta de los dirigentes húngaros pidiendo la intervención armada soviética fue firmada después del 23 de octubre, y fue utilizada sólo más tarde para justificar la invasión de cara a la comunidad internacional. En todo caso, lo que está claro es que los dirigentes húngaros se comportaron entonces de manera muy distinta a como lo habían hecho sus homónimos polacos. En lugar de hacer causa común con el pueblo, llamaron a las tropas soviéticas, comprometiendo en alto grado a Nagy, cuya presidencia se verá inmediatamente hipotecada por la invasión militar. De poco servirá que el día 25 Mikoyan y Suslov sustituyan a Geröe por Janos Kadar en el cargo de primer secretario del partido, y que autoricen -¿era sincera la autorización? – días más tarde a Nagy y al nuevo equipo a ensayar la vía nacional hacia el socialismo, dándoles las mismas concesiones que a la Polonia de Gomulka. Tres factores neutralizarán esta solución: la radicalización de la insurrección en la capital, como consecuencia del luctuoso suceso ante el Parlamento el 25 de octubre, a resultas del cual murieron varios centenares de personas; la extensión del movimiento a provincias, particularmente a las occidentales; y, finalmente, el desacuerdo creciente entre Nagy y el grupo “centrista” de Janos Kadar.
Los trabajadores se pusieron en pie y la huelga general empezó espontáneamente en Budapest el día 24 tras la intervención militar, y en los días siguientes se propagó al resto del país. En casi todas las ciudades y pueblos de Hungría se constituyeron, a veces de modo violento pero las más de forma pacífica, comités y consejos revolucionarios que asumieron el poder llevados por un irresistible espíritu de antiautoritarismo (Feher-Heller). Fueron capaces de implantar una libertad de prensa, que permitió publicar y emitir toda clase de propaganda, salvo la de los nazis húngaros, cuyo periódico Aurora fue vetado. Entre estas instituciones, surgidas de modo espontáneo, sobresalieron los Consejos Obreros, elegidos en el plazo de sólo dos días (26-28 de octubre) en todas las fábricas del país. El día 31 de octubre se reunió en Budapest un Parlamento de los Consejos Obreros, en el que estuvieron presentes delegados de las fábricas más importantes del país, que aprobó una declaración de los derechos y deberes de los nuevos organismos. Aquella carta transformaba radicalmente la organización de la fábrica impuesta por el régimen rakosista. En la misma se afirmaba, en efecto, que la fábrica pertenecía a los trabajadores, y que su control estaría en manos de un Consejo Obrero elegido democráticamente por éstos.
No obstante, la acción revolucionaria de los Consejos y Comités no iba contra el Estado, sino contra la forma totalitaria del Estado y su sumisión a la Unión Soviética. La aceptación del Gobierno Nagy por parte de las instituciones revolucionarias quedó condicionada al grado de cumplimiento que aquel hiciera respecto a sus aspiraciones nacionales y sociales. De todas partes llegaban a Budapest delegados con las reclamaciones de los Comités y Consejos Obreros para ser discutidas con Nagy, quien se encontraba en aquellos primeros días en una posición algo rezagada respecto a la presión popular, pero también algo adelantada respecto al resto del equipo dirigente. Pero también es cierto que el programa aprobado por el Consejo Obrero y el Parlamento de estudiantes de Miskolc alcanzó un cierto carácter representativo. Se pedía en él la formación de un gobierno provisional, democrático, soberano e independiente, con exclusión total de los rakosistas, y fundamentado en el Partido Comunista Húngaro y en el Frente Popular; elecciones generales, libres, y con participación plural de partidos; retirada inmediata de las tropas soviéticas; reconocimiento de las reivindicaciones formuladas por los Consejos Obreros y Parlamentos de estudiantes de todo el país; abolición de la AVH, y reorganización de las fuerzas armadas (milicia y ejército regular); por último, la amnistía completa para los patriotas que habían participado en la revolución.
En esta situación, el proceso de constitución de los nuevos órganos de representación alcanzó en los últimos días de octubre un ritmo muy vivo. En los pueblos, en las fábricas, en los sectores profesionales y de servicios, en los cuadros de la administración, hasta en las fuerzas militares (Comité revolucionario de la Defensa Nacional, formado el día 29 por el general Bela Kiraly y el coronel Pal Maleter), por todas partes surgieron de modo espontáneo Consejos y Comités. Con estas nuevas instituciones, la revolución se encaminaba hacia una forma de Estado que garantizara el libre desarrollo del pueblo húngaro, decía Radio Miskolc el 30 de octubre; hacia una Hungría libre, independiente, democrática y socialista, emitía por su parte Radio Budapest el mismo día.
Semejantes propuestas, aunque finalmente fueron plenamente asumidas por Nagy, no fueron compartidas, sin embargo, por el Kremlin ni por aquellos húngaros partidarios de un nacionalismo radical, antisemita y conservador, que dominaban en el Consejo Nacional Transdanubiano, de Györ, y en Budapest giraban en torno a Jozsef Dudas, militar y editor del periódico Hungría Independiente. En esta línea, el papel desarrollado por Radio Europa (que se emitía en húngaro desde Munich por refugiados al servicio de la CIA, y era muy oída en Hungría, en particular en su parte occidental) fue en alto grado desestabilizador al concentrar sus acusaciones en los que denominaba estalinistas ocultos, y en especial en Imre Nagy, a quien presentaban como un traidor y un asesino del pueblo (27 de octubre).
Aquí entra la poderosa Iglesia católica, y en su emisión del 31 de octubre, Radio Europa Libre se refería al cardenal Jozsef Mindszenty como el más legítimo jefe del movimiento nacionalista húngaro. El mencionado cardenal acababa de ser liberado por Nagy, que esperó alcanzar del primado de la Iglesia católica el mismo apoyo hacia el gobierno de unidad nacional que ya había acordado con los jefes de las comunidades calvinista, luterana y judía. En sus Memorias el cardenal señala que, después de su famosa alocución radiofónica del día 3 de noviembre, fue felicitado por Zoltan Tildy por la gran ayuda que acababa de prestar con mis palabras al nuevo Gobierno nacional. Sin embargo, ni una sola voz de aliento y simpatía hacia Nagy pronunció expresamente Mindszenty en aquel discurso. Cierto, hizo algunos llamamientos en la misma línea que el Gobierno, como la petición de la vuelta al trabajo, la aprobación de la neutralidad y la condena de las venganzas privadas.
Sin embargo, estos contenidos quedaban muy diluidos en el conjunto de un mensaje donde también se negaba legitimidad al Gobierno democrático de 1945; se pedían elecciones bajo control internacional, situándose el primado al margen de los partidos y por encima de ellos; se defendía el derecho de propiedad equitativamente limitado por los intereses sociales, y la preocupación por preciadas instituciones con un gran pasado, concluyendo el cardenal con la petición del restablecimiento inmediato de la libertad de enseñanza religiosa, así como la restitución de las instituciones y asociaciones de la Iglesia católica, incluida su prensa. El primado habló, en definitiva, sin tener en cuenta que durante su encierro se habían firmado en 1950 unos acuerdos que regulaban las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Pocos días más tarde, sin embargo, en la primera entrevista que concedió a los periodistas en la embajada de EE.UU. donde se refugió, Mindszenty declaró: “Sólo el gobierno de Imre Nagy es el legal húngaro. Kadar ha sido impuesto por el extranjero. Rechazo su Gobierno como ilegal”.
En el momento en que Nagy cayó en desgracia, preparó unos “Memorandum” para el Comité Central y para Andropov, entonces embajador de la Unión Soviética en Hungría, con objeto de justificar su actuación anterior. Las ideas reformistas que allí se defendían alertaron a sus adversarios estalinistas, que vieron la amenaza que aquéllas representaban para el sistema de partido único, tal vez en mayor medida que el propio autor. Nagy se refería, en efecto, a un régimen de democracia popular que tuviera en cuenta los ideales de la clase obrera, en el cual la vida pública se basaría en fundamentos éticos, y en los cuatro principios políticos siguientes: la separación de los poderes del Estado y del partido; la reorganización de la administración del Estado con un criterio descentralizador; la potenciación del Parlamento y del Gobierno, con menoscabo del poder del partido; y, finalmente, la reorganización del Frente Popular en la línea que apuntó en 1954. No menos heterodoxo se manifestó Nagy en política exterior: Nuestro país –decía- debe evitar la participación activa en el conflicto entre bloques.
Dichos Memorandum encerraban toda una teoría política que Nagy aplicará hasta sus últimas consecuencias cuando opte abiertamente por la Hungría real. Según Feher y Heller, Nagy había firmado la solicitud de ayuda al ejército soviético, y su primer comunicado al país (24 de octubre), aunque sin incurrir en las amenazas pronunciadas por Geröe y Kadar, calificaba a los trágicos sucesos de contrarrevolucionarios. Muy probablemente fuera esa la reacción instintiva de un viejo bolchevique con casi cuarenta años de militancia. Pero a partir de entonces, Imre Nagy decidió frenar desde el poder la solución estalinista de aplastar violentamente el movimiento, legitimando su gobierno en la manifestación del 23 de octubre (base de la nueva situación, dirá Kadar el 1 de noviembre), que había acabado con el sistema impuesto y legalizado en la Constitución de 1949. Así pues, la composición del Gobierno del 26 de octubre demostró el afán que todavía animaba a Nagy de apaciguar a los insurgentes sin intranquilizar al Kremlin. Así, aunque excluyó a algunos rakosistas, mantuvo a otros en puestos clave de la administración e hizo entrar en el gabinete a personalidades de destacada significación, como los comunistas F. Münnich y Georg Lukács, y a algunos de los líderes de la política anterior a 1948, como Z. Tildy, Bela Kovacs y F. Erdei. Tal composición no presagiaba el anuncio de las reformas que se hicieron públicas en el comunicado del día siguiente. Aparte de que ya el movimiento popular dejaba de ser considerado como una contrarrevolución, el Gobierno prometía discutir las reivindicaciones elaboradas por los Comités revolucionarios y Consejos Obreros, cuya existencia era reconocida en el nuevo marco político.
A partir de esta fecha, y hasta su caída, la solidaridad de Nagy con el pueblo fue en aumento, a pesar de algunas manifestaciones de violencia indiscriminada hechas por las masas, cuyo exponente más trágico fue la masacre ante el Centro del Partido Comunista de Budapest ocurrida el 30 de octubre, en la que resultó muerto, entre otros, el nagysta Imre Mezö. Ese mismo día, Nagy reconoció lo que venía siendo un hecho desde el 23 de octubre, el final del partido único, y anunció un Gobierno de coalición, semejante al de 1945, y el inicio de conversaciones con la Unión Soviética para la evacuación de sus tropas.
Finalmente, los últimos tanques soviéticos salieron de la capital el 31 de octubre, pero no del país, ya que -según explicaron Mikoyan y Suslov- su presencia no era un asunto bilateral entre Hungría y la URSS, sino que concernía a todos los signatarios del Pacto de Varsovia. Los pasos siguientes fueron declarar la neutralidad de Hungría, acordada por el Gobierno y la directiva del Partido el 1 de noviembre (Kadar abandonó la capital a las pocas horas con rumbo desconocido), y denunciar el Pacto. Mientras sucedían estos acontecimientos en la capital, nuevas tropas soviéticas empezaron a entrar en el país sin haber mediado en esta ocasión petición alguna por parte del Gobierno nacional. No obstante, aún quedaban dos días durante los cuales Hungría vivió el sueño de ser un país libre, independiente y neutral, pareció que se recobraba la normalidad, y los partidos políticos de 1945 comenzaron a reorganizarse.
Esta segunda invasión soviética de Hungría se vio facilitada en el contexto internacional al coincidir con la acción francobritánica contra Suez, que suscitó graves divergencias entre Washington y sus principales aliados en Europa. A pesar de las declaraciones del presidente Eisenhower en favor de la causa húngara, y de la propaganda norteamericana que sembró la esperanza en los ánimos de los revolucionarios de una ayuda de Occidente, los EE.UU. no hicieron nada más que plantear, sin mucha convicción, el problema en el Consejo de Seguridad de la ONU, y facilitar la acogida de refugiados. Los acuerdos de Yalta estaban vigentes y limitaban su esfera de acción al ser Hungría un asunto del bloque oriental. Y ninguna de las grandes potencias estaba dispuesta a correr riesgos innecesarios sometiendo a revisión el statu quo surgido de la Segunda Guerra Mundial.
Ante tales circunstancias, el inoportuno ataque anglo-francés contra Egipto a partir del 31 de octubre con el pretexto de la nacionalización del canal de Suez, proclamada por Nasser a finales de julio, esfumó las esperanzas de una ayuda occidental a Hungría al romper la unidad de los países de la OTAN, situar a la URSS y EE.UU. en el mismo bando de defensa de la paz mundial, y desacreditar en adelante cualquier manifestación prohúngara proveniente de las agresoras Gran Bretaña y Francia. La invasión militar soviética de Hungría fue también apoyada por la casi totalidad de los partidos comunistas de los países occidentales, incluyendo el PCE que acababa de diseñar su política de “reconciliación nacional”. Pero provocó una gran indignación en muchos de sus militantes, especialmente entre los intelectuales franceses que dedicaron un número extraordinario de la revista Les Temps Modernes (n 129/130/131, nov 1956, ene 57) a la revolución de Hungría. En él se afirmó sin ambages que octubre del 56 no fue un levantamiento de la chusma ni un motín contrarrevolucionario, sino un acontecimiento profundamente enraizado en la denuncia de la política estaliniana. Por entonces, grupos minoritarios pero muy activos de filiación trotskista y anarquista, ya habían desarrollado una amplia campaña de solidaridad con los consejos obreros.
Consciente de lo que estaba en juego, el último gobierno de coalición formado por Nagy hizo público el 3 de noviembre su firme propósito de impedir la restauración del capitalismo en Hungría, pero también de defender con el mismo ahínco las conquistas de la revolución, en particular la independencia nacional, la neutralidad y la construcción del socialismo sobre una base democrática. En aquel gabinete, los comunistas disidentes estuvieron representados por Losonczy, Maleter y el propio Nagy; los Pequeños Propietarios por Tildy, Kovacs y Szabo; los Socialdemócratas por Anne Kethly, Kelemn y Fischer; y los Nacional Campesinos (reconvertidos en Partido Petöfi) por Bibo y B. Farkas. La inclusión en el Gobierno del nombre de Kadar era totalmente ilusoria, porque para entonces ya se conocía su salida de Budapest, junto con Apro, Münnich, y otros. Pocas horas antes de formar este Gobierno, Nagy había comunicado al secretario general de la ONU la entrada de las tropas soviéticas en Hungría, y solicitó su mediación para negociar con la URSS, con la que trataba inútilmente de llegar a un acuerdo a través de su embajador, Andropov. La delegación húngara -F. Erdey, P. Maleter, I. Kovacs y M. Szücs-, que finalmente se desplazó a Tököl el 3 de noviembre para negociar con los soviéticos, fue detenida allí mismo, apenas comenzada la entrevista.
Esta segunda y definitiva invasión militar se puso en marcha, y en las primeras horas del 4 de noviembre los tanques soviéticos entraron en Budapest. Imre Nagy y algunos de sus colaboradores se refugiaron, en vano, en la embajada de Yugoslavia, mientras en el edificio del Parlamento quedó István Bibo como único representante del gobierno legítimo húngaro. A él le correspondió formular en la madrugada del día de la intervención la última declaración de que Hungría no pretendía seguir una política antisoviética sino coexistir en una comunidad de naciones libres del Este de Europa cuyo objetivo sea fundar sus vidas sobre la base de los principios de libertad, de justicia y de una sociedad libre de explotación.
Nagy concluyó con una desesperante petición de ayuda a las grandes potencias y a las Naciones Unidas en favor de la libertad del pueblo húngaro. Antes de terminar aquel día, las emisoras del este de Hungría difundieron comunicados de Münnich y de Kadar, anunciando su ruptura con Nagy y la fundación de un gobierno revolucionario obrero y campesino en la ciudad de Szolnok que, además de solicitar la ayuda soviética, incluía en su programa casi todos los puntos del Gobierno anterior, salvo lo referente a las elecciones libres, pluripartidismo y neutralidad. El 23 de noviembre de 1956 Imre Nagy y sus allegados fueron sacados de la embajada yugoslava y deportados a Rumania, no obstante haber prometido Kadar a Tito su liberación. En un proceso secreto, Nagy fue acusado de alta traición por conspiración, complicidad con los crímenes contrarrevolucionarios y abrogación del Tratado de Varsovia. El 16 de junio de 1958 fue ejecutado, junto a Pal Maleter, Jozsef Szilagyi y Miklos Gimes (Geza Losonczy había muerto ya en la cárcel). Yugoslavia volvió a protestar contra la violación de las garantías que Kadar había dado de forma solemne, y muchos intelectuales de todas las tendencias militantes socialistas y comunistas expresaron igualmente su indignación en Europa occidental.
El régimen neoestalinista de Kadar, después de una primera etapa de brutal represión, se fue consolidando en los años siguientes. El partido -ahora llamado Socialista y Obrero- recuperó su papel de control sobre el Estado y la sociedad, y los húngaros se vieron obligados a aceptar con resignación, una vez más en su historia, el fracaso de una revolución.
Gracias a la coyuntura mundial favorable de los años sesenta, a la ayuda económica de la Unión Soviética y a la flexibilidad introducida en el sistema de planificación, el Gobierno fue capaz de mejorar sustancialmente el nivel de vida de las gentes, sobre todo en comparación con los otros países de Europa del Este. La estabilidad del régimen quedó asegurada por un sistema de opresión que abandonó el estalinismo más duro, y se aplicó únicamente a los que desobedecieran las órdenes del Gobierno. La divisa kadarista, según la cual quienes no están contra nosotros están con nosotros permitió ensanchar la base social del sistema, y hacer emerger un consenso basado en parte en la templanza de las fuerzas revolucionarias, y en parte en la mejora material de las masas despolitizadas. Dentro del bloque oriental, la Hungría de Kadar se convirtió en un país relativamente “liberal”, pero la crisis no se hizo esperar, y cuando la burocracia soviética hizo quiebra, el “kadarismo” tuvo los días contados.
Doce años más tarde, el sueño de un socialismo con “rostro humano” reaparece en la “primavera de Praga”. Como los húngaros de 1956, los líderes del partido pertenecen a la tradición “bujarinista” y como en Hungría, el pueblo hace propia las propuestas autogestionarias hasta que Breznev, pretextando una “infiltración trotskista” se impone por los tanques. El último sueño autogestionario lo representó Solidarność, pero ya nadie creía que la historia pasaba por ahí. Entonces creyeron el espejismo del “capitalismo con rostro humano”, que se podía optar por una democracia como la que los trabajadores y la socialdemocracia había logrado en países como Suecia. No podían estar más equivocados, pero lo cierto es que el rechazo al estalinismo (el “comunismo”) se hizo omnipresente en beneficio del neoliberalismo, el nacionalismo reaccionario y de su mano derecha, la Iglesia conformada por Wojtyla.

Pepe Gutiérrez-Álvarez, escritor y miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR

Anexo bibliográfico. Entre las diferentes aportaciones que se han publicado entre nosotros sobre Hungría de 1956 el más clásico es el del socialista heterodoxo François Fetjö, Hongria 1956. Socialisme i llibertat, aparecida en Edició de Materials (una editorial muy ligada al Frente de Liberación Popular (FLP)) con prólogo de Jean-Paul Sartre, que data de 1966. El otro trabajo de Fetjö, Budapest, l´insurrection. La première revolution antitotalitaria (Comlexes, Paris, 1990), ya no fue editado, aunque sí lo había sido su Historia de las democracias populares, 1953-1970 (2 vols, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1971). Tampoco lo fue el conocido trabajo del militante comunista británico, Peter Frye, La tragedia húngara, que empero sí lo ha sido en Buenos Aires por el CEIP-IPS con el titulo de Hungría del 56. Esta misma editorial tradujo La revolución húngara de los consejos obreros, de Pierre Broué. En fechas más recientes se han publicado aquí dos libros ciertamente importantes sobre la historia húngara, Los hermanos Rajk, de Duncan Shiels, y sobre todo En nombre de la clase obrera. Hungría 1956: La revolución narrada por uno de los protagonistas, de Sándor Kopácsi (El Viejo Topo, Barcelona, 2008, 405 págs), sin lugar a dudas el trabajo más importante y elaborado sobre aquellos acontecimientos.