sábado, diciembre 31, 2016

Despidos y crisis industrial en EE.UU.



A escasas semanas de la asunción de Trump.

En vísperas de Navidad, cuando estamos a pocas semanas del ascenso de Trump, los trabajadores de General Motors recibieron la noticia de la decisión de la empresa de cerrar un turno y despedir a 1.192 operarios en la planta de Detroit de la compañía. Los despidos se inscriben en un plan más general de cesantías temporales y efectivas anunciadas por GM en las últimas semanas, que afectan a 10.000 trabajadores en Ohio, Michigan, Kansas y Kentucky. Además de Detroit, el plan incluye la planta de montaje de Lordstown, en Ohio, y Lansing, en Michigan, con la pérdida de 2.000 puestos de trabajo.
En las últimas semanas, tanto Fiat Chrysler como Ford también han anunciado recortes de empleo, incluyendo despidos de trabajadores temporarios en las plantas de construcción de la camioneta pickup Ford F-150 y en la planta de Fiat Chrysler de Sterling Heights. Fiat Chrysler acaba de anunciar que suspendería la producción para la semana de Año Nuevo en dos fábricas en Brampton y Windsor.
Los trabajadores del automóvil en la planta de Detroit expresaron su rechazo a los recortes de empleos y su disgusto con el sindicato United Auto Workers (UAW), que ni siquiera hizo un simulacro de oposición. El sindicato tiene una participación accionaria en la empresa -lo que acentúa, aún más, su rol patronal. El mismo salió a justificar los despidos planteando que la compañía tiene derecho a defender “la rentabilidad”.
En 2015, el contrato entre UAW-GM abrió el camino para los despidos actuales, al permitir que las compañías automotrices pudieran duplicar el número de trabajadores temporarios que están autorizados a contratar, creando así una franja nueva de trabajadores superexplotados que pueden ser despedidos sin tener que pagar una indemnización. Este contrato fue diseñado para permitir a las empresas de automóviles la reducción de los costos de los despidos, ante la menor señal de caída de las ventas.
Los despidos tendrán un impacto devastador sobre los trabajadores, los cuales no sólo están perdiendo ingresos, sino también beneficios cruciales tales como el cuidado de la salud. Al tener menos de un año de antigüedad, los afectados carecen de beneficios de desempleo suplementarios y sólo reciben 20 semanas de beneficios estatales.
Estas medidas se están llevando a cabo a pesar de las ganancias de los fabricantes de automóviles de Estados Unidos. Pero son un indicador, asimismo, del carácter absolutamente precario de la recuperación económica: los recortes de producción apuntan a una desaceleración en las ventas de automóviles, que están en declinación después de aumentar durante varios años. Presagian nuevos y feroces ataques por parte de los automotrices en el empleo y el nivel de vida.

Los planes de Trump

La reducción de los costos laborales no ha impedido evitar las tendencias a una nueva recaída en un sector estratégico como las automotrices. Importa destacarlo, pues esta estrategia es la que Trump apunta a llevar a escala de toda la economía norteamericana. El proteccionismo, la defensa de los puestos de trabajo “americanos” que agita el presidente electo, van de la mano con un recorte de salarios y una mayor flexibilidad y precariedad laboral en el mercado, con el cuento de mejorar la “competitividad” de Estados Unidos frente al resto del mundo.
No es ocioso señalar que la reducción de los costos laborales del personal ocupado en las plantas dentro de sus fronteras, no ha evitado que las grandes automotrices norteamericanas sigan dependiendo para su producción de los insumos importados, en especial de México, aprovechando la mano de obra más barata.
Los planes de Trump, de un modo general, chocaban con los intereses de las grandes corporaciones cuya actividad se apoya en un esquema global de producción y negocios.
Trump acaba de anunciar con bombos y platillos un acuerdo con la empresa de aire acondicionado Carrier para que desista de sus planes de trasladarse a México y decida quedarse en suelo estadounidense. Esta empresa ubicada en el estado de Indiana ocupó un lugar especial en la campaña presidencial del magnate, que la tomó como un caso emblemático de su proyecto de defensa del empleo. La empresa recibirá 16 millones de dólares de incentivos y recortes fiscales que permitiría, según las promesas del magnate, salvar 1.100 puestos de trabajo. Se trata de un costo inmenso para rescatar a una cifra irrisoria de trabajadores -si tenemos presente la envergadura de los afectados. Los anuncios realizados este año por las empresas con proyectos de relocalización totalizan 250.000 puestos de trabajo, a lo que hay que sumar los despidos en curso, como consecuencia de la crisis industrial que está asomando. Aunque Trump se ha mostrado decidido a aumentar el déficit fiscal, no hay cuentas públicas que resistan a una sangría de esta naturaleza. En este escenario se inflarán las situaciones de crisis para obtener la ayuda oficial.
Por otra parte, como si no fuera suficiente lo dicho, ya han aparecido denuncias, empezando por el propio sindicato, que señalan que el anuncio es engañoso, pues no serían 1.100, sino apenas 800 los beneficiarios y, lo que es más importante, Carrier no detendría el traslado de otra de sus plantas que reúne a 700 empleados.
Los anuncios del magnate están plagados de contradicciones e imposturas. Habrá que ver si reúne los medios y se dota de los recursos económicos y políticos para pilotear la crisis mundial. Lo que está claro es que Trump apunta hacia una reforma laboral (recorte de salarios y de conquistas),sin que eso asegure revertir la desindustrialización norteamericana y promover una recuperación económica duradera. Esto anuncia un escenario convulsivo que va a tener seguramente a la clase obrera como uno de los animadores de la resistencia contra los ataques que se preparan.

Pablo Heller

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