jueves, enero 19, 2017

Fidel Castro, la revolución cubana y sus lecciones para América Latina

Los nueve días de duelo nacional en Cuba por el ex líder y fundador de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, terminaron recientemente. Como era de esperar, alrededor del mundo se sintieron los aplausos al conocerse la noticita de la muerte de Castro a los 90 años. En Miami, Florida, salió a las calles la vieja guardia de los cubanos derechistas cuyos padres, en muchos casos, trabajaron para Fulgencio Batista, el dictador que fue respaldado por los Estados Unidos y a quien Castro derrocó en 1959.
En Australia, Julie Bishop, Ministra de Relaciones Exteriores, declaró que mientras aplaudía el reciente acercamiento entre Cuba y los EE.UU., “el antagonismo de Castro hacia el Occidente y los Estados Unidos en particular causó miserias al pueblo de Cuba durante décadas”. El ex-primer ministro Tony Abbott fue aún más categórico al afirmar que “Castro era un dictador brutal. Mató a miles de personas.”
Tales declaraciones fueron lanzadas con facilidad después de la muerte del cubano. Después de todo, la isla caribeña que Castro dirigió tiene sólo un partido político, lo cual significa que más evidencia de su brutalidad no es necesaria. Para los que realmente están interesados en la historia política del país, la evidencia disponible presenta un retrato más complejo.
Mientras algunas secciones de los medios de comunicación estadounidenses hicieron mucha bulla por las ejecuciones de los secuaces de Batista después del triunfo de la revolución, alrededor de 550 según el mismo Castro, el periodista liberal John Lee Anderson ha escrito que la mayoría de los condenados a muerte fueron: “condenados en condiciones ... transparentes, tal vez apresuradas pero con abogados de defensa, testigos, fiscales y un público asistente”. Tad Szulc, que escribió para el New York Times por casi veinte años, en su biografía de Castro comentó que “los juicios revolucionarios cubanos ... no se parecían a los verdaderos baños de sangre que siguieron a las revoluciones sociales mexicanas, rusas y chinas en el siglo XX”.
Antes de esos juicios, por supuesto, el récord de Batista pocas veces se discute. En un reconocimiento poco usual de culpa, en 1960 en una cena del Partido Demócrata, John F. Kennedy como Senador observó que en 1953, el ingreso promedio de una familia era de US $ 6 al día mientras que el país, cuya economía estaba controlada desproporcionadamente por corporaciones estadounidenses, tenía quince a veinte por ciento de su fuerza laboral “crónicamente desempleada”. Observando cómo Washington suministró armas al dictador a través de su gobierno, Kennedy declaró que “Fulgencio Batista asesinó a 20.000 cubanos en 7 años”.
Décadas más tarde, académicos conservadores cubano-estadounidenses han tratado de mejorar el récord de Batista. Lillian Guerra, en su libro Visiones de Poder en Cuba (2013), afirma que la dictadura fue realmente responsable del asesinato de “tres a cuatro mil” personas. Si aceptamos estas cifras, y tomamos en cuenta los reales abusos que ocurrieron contra algunos disidentes y la comunidad homosexual y lesbiana en los años sesenta y setenta, los problemas de derechos humanos de la revolución se disminuyen enormemente en comparación con los crímenes de Batista, o las de las juntas psicópatas respaldadas por los EE.UU. en América Latina durante la Guerra Fría.
De manera similar al récord de Batista, el nivel de agresión de los Estados Unidos contra Cuba después de la revolución de 1959 rara vez se discute seriamente, a pesar de que ayude a explicar por qué el liderazgo de la isla desarrolló una mentalidad de asedio y por qué el país se alineó con el bloque soviético durante la guerra fría. De hecho, incluso antes de la revolución, el líder rebelde Ernesto Che Guevara había estado en Guatemala. Allí fue testigo del derrocamiento en 1954 del gobierno reformista moderado de Jacobo Árbenz, gracias a la ayuda de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y una prensa local cuyos relatos de una “amenaza roja” no tenían base en la realidad.
Volviendo a Cuba, una vez que Batista y sus lacayos huyeron de la capital, la tesorería nacional de la República quedó casi en bancarrota con sólo US $424 millones. Sin querer devolver los fondos robados, Roy Rubboton, Secretario de Estado Auxiliar del Departamento de Estado para Asuntos Interamericanos, en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional en enero de 1960, señaló que a mediados de 1959, la administración Eisenhower concluyó que trabajar con los nuevos líderes en La Habana era insostenible: por lo tanto Castro tenía que irse.
La CIA, los exiliados cubanos, e incluso miembros descontentos de la mafia hicieron todo lo posible para asesinar a El Comandante a través de 634 complots, algunos de los cuales rayan en lo cómico, con ex amantes, bolígrafos venenosos, puros con explosivos y una concha marina. Menos humorísticas por supuesto fueron las acciones de mercenarios cubanos entrenados en Miami que aterrorizaron la isla a través de la quema de cañaverales, bombardeando fábricas, centros turísticos, puertos y (dentro de una larga lista) asesinando a maestros que participaron en la campaña de alfabetización de la revolución. En 1976, una bomba terrorista mató a 73 pasajeros a bordo del vuelo Cubano 455, mientras que, en mayo de 1981, las autoridades cubanas acusaron a los Estados Unidos de introducir a la isla un tipo de virus dengue que afectó a 350.000 civiles y mató a 158 personas (incluyendo 101 niños).
En mayo de 1999, después de 40 años de acciones encubiertas por parte de los EE.UU., el pueblo de Cuba puso una demanda en un tribunal en La Habana contra el Gobierno de los Estados Unidos, acusando que sus actos de subversión y terrorismo habían dejado 3.478 civiles muertos y 2.099 heridos. Un año más tarde, en Panamá, un viejo grupo de Miami volvió a intentar asesinar a Fidel Castro. Sin embargo, para ese entonces las agencias de inteligencia de Cuba tenían décadas de experiencia mientras que en la isla cada barrio había establecido Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
En términos del bloqueo económico estadounidense impuesto sobre la isla desde el comienzo de la década de 1960, a pesar de un mejoramiento en las relaciones, en septiembre de este año la administración de Obama renovó una vez más las restricciones comerciales hasta septiembre de 2017. Al presentar un informe a la Asamblea General de las Naciones Unidas, La Habana afirmó que el bloqueo le ha costado a Cuba “US $4.700 millones en el último año y US $753.700 millones en las últimas seis décadas”.
En el multitudinario acto con motivo de las honras fúnebres de Fidel Castro en La Habana, gran parte de la historia planteada en este artículo fue recordada por numerosos líderes progresistas de América Latina y el Caribe. Rafael Correa, Presidente de Ecuador, señaló que para evaluar Cuba hay que entender que ha vivido una “guerra permanente”.
En su opinión: “Evaluar el éxito o el fracaso del modelo económico cubano, haciendo abstracción de un bloqueo criminal de más de 50 años, es pura hipocresía. Cualquier país capitalista de América Latina colapsaría a los pocos meses de un bloqueo similar.”
Correa también señaló que: “[e]n el continente más desigual del planeta” el dirigente cubano de todos modos nos dejó “el único país con cero desnutrición infantil, con la esperanza de vida más alta, con una escolarización del ciento por ciento, sin ningún niño viviendo en la calle.”
A medida que América Latina vuelve a ver el retorno de la derecha política debido a una serie de elecciones fraudulentas, presión económica, guerras mediáticas y golpes de estado suaves, y sí, la narrativa común de la caída de los precios de las materias primas (commodities), las generaciones actuales y futuras analizarán por mucho tiempo el legado de Fidel Castro y de la revolución cubana. Una pregunta persistente en sus mentes será: ¿cómo se negocia con las élites recalcitrantes locales y su patrón norteño que han bloqueado durante mucho tiempo la mayor parte de acciones políticas para establecer sociedades más equitativas y con una auténtica soberanía nacional? El cubano barbudo, les guste o no, podrá tener algunas respuestas.

Rodrigo Acuña

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