jueves, mayo 25, 2017

A 25 años de la muerte de Atahualpa Yupanqui, el payador perseguido



“Si alguna vez he cantao ante panzudos patrones / he picaneao las razones profundas del pobrerío / yo no traiciono a los míos por palmas ni patacones”

Atahualpa Yupanqui
El payador perseguido

Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero) fue, con Carlos Gardel, el ícono mayor de la música popular argentina. Murió hace 25 años en Nîmes, en el sur de Francia, donde había ido a actuar. Poeta y guitarrista exquisito, a su modo y con contradicciones intentó cumplir aquella sentencia que se dio a sí mismo en una de sus obras más notables: El payador perseguido (1972). Fue interpretado por artistas tan disímiles como los clásicos del folclore Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Mercedes Sosa y Horacio Guarany, entre tantos otros; y también por los chilenos Víctor Jara y Violeta y Ángel Parra, y por Jairo, Pedro Aznar, Juan Carlos Baglietto y la enorme Chavela Vargas.
Había nacido en 1908 muy lejos de Nîmes, en una posta rural en el medio del campo entre Pergamino y Colón, en el norte de la provincia de Buenos Aires. Era la suya una familia criolla de origen vasco, mesturada con indios (en su casa paterna el quechua se hablaba junto con el castellano). En la cercana Junín tuvo su único maestro: el concertista Bautista Almirón, con quien estudió guitarra. Después, cuando su familia se mudó a Tucumán, fue maestro de escuela sin título, tipógrafo, periodista y hasta boxeador. Pero, sobre todo, descubrió otros ritmos y otros instrumentos, como la caja y el arpa india, que le darían una marca artística de la que no se desprendió jamás. Tampoco se desprendería del aprendizaje con Almirón, con quien aprendió a interpretar a maestros como Albéniz, Granados y Tárrega, y transcripciones para guitarra de obras de Schubert, Liszt, Beethoven, Bach y Schuman. Un sincretismo superior entre los músicos universales y aquellos lamentos chayeros que les escuchó tocar a los indios del norte.
Tuvo, a fines de los años 20, un paso por Buenos Aires y no le fue bien: “Buenos Aires, ciudad gringa, me tuvo a mal trajinar (…) buscando de desasnarme fui pinche de escribanía / la letra chiquita hacía pa’ no malgastar sellao / y era también apretao el sueldo que recibía”, escribiría también en El payador…
En 1932, sorpresivamente para algunos, se vio involucrado en un hecho político violento: el levantamiento armado promovido en La Paz, Entre Ríos, por dos hermanos de apellido Kennedy, productores agrarios y militantes radicales, que se alzaron con algunos militares en contra del gobierno del general Agustín Pedro Justo, surgido de las elecciones fraudulentas de ese año. Fue un intento de golpe nacionalista en el que estuvieron también Gregorio Pomar y Arturo Jauretche, además, claro está, de Yupanqui. Fracasado aquel putch, el poeta buscó exilio en Montevideo, pero tampoco allí se sintió seguro. Se refugió entonces en el interior uruguayo y después en el sur de Brasil. De aquel Yupanqui alzado fusil en mano contra Justo poco se habló después, pero dejó testimonio de ese hecho en un poema de factura mayor: El Paso de los Libres.
En 1934 reingresó en la Argentina, se instaló en Rosario y tuvo por Buenos Aires, donde empezaba a ser popular, un paso mucho más afortunado que el anterior. Sin embargo, al año siguiente se radicó en Racó, un caserío 40 kilómetros al noroeste de Tafí Viejo, Tucumán, y desde allí anduvo por Salta, Catamarca, los Valles Calchaquíes, Bolivia. En 1942 se casó por segunda vez, ahora con la pianista y compositora sampedrina, de origen franco-canadiense, Nenette Pepin. Con ella vivió los siguientes 48 años. Legalmente, al menos en la Argentina, Atahualpa Yupanqui (ya se llamaba así) era bígamo, puesto que aquí no había divorcio y se casó en Montevideo.
Por entonces, ya era un militante activo del Partido Comunista. Eso le costó, durante el primer gobierno peronista, censura, cárcel y hasta tortura (los esbirros de Seguridad del Estado le rompieron la mano derecha para que no pudiera volver a tocar, pero se equivocaron: Yupanqui era zurdo). En 1949 se fue a Francia. Allí, en julio de 1950, Edith Piaf lo invitó a cantar en París y ese mismo año firmó contrato con Chant du Monde para grabar su primer disco europeo: Minero soy.
Yupanqui se había incorporado al PC en 1945; esto es, cuando el estalinismo argentino integraba la Unión Democrática con radicales y conservadores, y hasta pedía la intervención militar norteamericana en caso de que se produjera la victoria electoral del “naziperonismo”. En su edición del 14 de julio de 1948, el periódico del PC, Orientación, publica una entrevista a Yupanqui en la que el artista dice:
"Sé que el comunismo puede lograr la afirmación del hombre y la conciencia popular para vivir sin mitos, frente a la realidad de la tierra y al porvenir del país, una existencia laboriosa y digna. Lo intelectual y la creación artística deberán responder a un nuevo sentido, de levantada esperanza. Por estas razones, he ingresado al Partido Comunista. Para mejorarme como artista americano y rendir mi esfuerzo en bien de mi Patria".
En cambio, es mucho más escueta la explicación que el artista da de su ruptura con ese partido en julio de 1953. En el diario La Prensa, por entonces estatizado y dirigido por la ultraoficialista CGT, Yupanqui dice:
“Con el fin de desvirtuar interpretaciones equívocas, me veo en la obligación de dejar sentado públicamente, mi alejamiento del partido comunista, desde hace aproximadamente dos años. Que sólo me guía el anhelo de sumarme al engrandecimiento cultural de mi patria y a la difusión de los motivos musicales folklóricos de la nación argentina”.
Otra vez en El payador… Yupanqui dice, sin duda en referencia con aquella ruptura:

Pa que cambiaran las cosas
Busqué rumbo y me perdí;
Al tiempo, cuenta me di
Y agarré por buen camino.
¡Antes que nada, argentino;
y a mi bandera seguí...!

En cambio, todo parece indicar que las razones de la salida de Yupanqui del partido estalinista fueron más pedestres: apenas se produjo aquella desafiliación, el régimen que lo había encarcelado, torturado y deportado le organizó un homenaje en el teatro Astral y el poeta volvió a trabajar en la Argentina.
Instalado con Nenette en Cerros Colorados (Córdoba) no dejó de hacer giras por todo el país y por el extranjero. También le puso música a las películas Horizontes de piedra (1956) y Zafra (1959), en las que también actuó (la primera está basada en su obra Cerro bayo).
Por otra parte, se debe subrayar otro hecho poco conocido: Nenette fue la compositora de gran parte de las interpretaciones más famosas de Yupanqui. Esas obras están firmadas por un poeta inexistente: Pablo del Cerro. Según explicó más tarde Yupanqui, Nenette no quiso firmarlas con su nombre porque el machismo de la época haría que fueran rechazadas si su autora era una mujer. Entre esas composiciones figuran temas enormes del repertorio de Yupanqui, como Baguala del pobrecito, Chacarera de las piedras, El arriero va, El alazán, Indiecito dormido, Payo Solá, Vidalita tucumana, Zambita del buen amor y muchas otras.
En 1976, como buena parte de la intelectualidad argentina y de todos los partidos patronales y del estalinismo criollo (y de la URSS), Yupanqui le dio un respaldo inicial al golpe de Jorge Videla y compañía. Sin embargo, casi de inmediato la dictadura prohibió la mayoría de sus temas y el artista volvió a radicarse en París.
De un modo u otro, no fueron sus andares político-partidarios los que definieron a Yupanqui sino su calidad de artista vinculado con la vida del pueblo al que perteneció. Por otra parte, antes de él Buenos Aires y el mundo sólo conocían el folclore bonaerense –en menor medida el de Santiago del Estero−, pero Atahualpa hizo de la música de la Argentina profunda, la de nuestros pueblos originarios, un bien universal. Además, al contrario del Martín Fierro, Yupanqui resalta el vínculo del campesino con las etnias originarias: sus canciones rezuman el concepto de clase/nación. Y fueron Aníbal Troilo y Edmundo Rivero quienes tuvieron el mérito de unir esos valores folclóricos con la música urbana cuando grabaron una versión impagable de Los ejes de mi carreta.
Yupanqui murió el 23 de mayo de 1992.

Alejandro Guerrero

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