sábado, mayo 27, 2017

Convención Constituyente en EE. UU.: la desigualdad bajo el ropaje de la democracia



La Constitución declamaba la libertad y la igualdad como principios, pero eran abiertamente negados por la esclavitud negra, el sojuzgamiento de los pueblos originarios y la desigualdad social.

Entre mayo y septiembre de 1787 se reunió en Filadelfia la Convención que terminaría elaborando la Constitución de los Estados Unidos. Presidida por George Washington, y con delegados como Benjamin Franklin y James Madison, los que serían llamados “padres de la Patria”, en ella se establecieron las bases de la república que formarían las ex13 colonias inglesas.
La constitución norteamericana ha sido reivindicada como un ejemplo de libertad e igualdad y fue base de otras constituciones, como la Argentina. Sin embargo, no solo no ponía fin a las desigualdades existentes, sino que habilitaba la permanencia y la profundización de las más violentas injusticias sociales.


Benjamin Franklin

La sociedad que se transformaría en la principal potencia capitalista del mundo estaba poniendo las bases legales de su Estado Nación. Como toda legislación no hacía más que expresar la estructura de clases de la sociedad que pretendía ordenar. La Constitución norteamericana aseguraba mecanismos para la representación política de los poderosos y la exclusión de los oprimidos bajo la forma de la “democracia representativa”, tal como sigue siendo hasta el día de hoy.

De las colonias inglesas a la Revolución

La Revolución de independencia de 1776 y la Constitución de 1787 son consideradas como el punto de partida de la construcción de la democracia norteamericana, sobre la base de la afirmación de la igualdad y la soberanía popular.
Sin embargo, la Revolución, el rechazo de la monarquía y la adopción del republicanismo no implicaron una transformación total y mucho menos violenta de las sociedades que los propios británicos habían establecido entre 1607-1776. Los colonos norteamericanos se rebelaron sí, pero exigiendo su derecho a “la identidad británica” frente a las medidas tomadas por la monarquía inglesa y el desafío al control de los colonos sobre los asuntos locales.
La autoridad quedó en manos de los grupos dominantes de la población de colonos. El poder efectivo permaneció en los Estados durante mucho tiempo incluso después del fortalecimiento del gobierno nacional con la Constitución federal.
Así como no fue creado inmediatamente un régimen nuevo, tampoco se concretó una gran transformación social. La ausencia de diferenciaciones nobiliarias y la riqueza como criterio básico de estatus social, mantuvieron las bases de una presunta igualdad mientras la ausencia de límites para la acumulación de riqueza privada profundizó la diferenciación social. La tierra y los esclavos siguieron siendo las propiedades más valiosas, la institución de la esclavitud persistió en todos los estados en los que mantenía su viabilidad económica.
Hacia la época de la revolución, la explotación de los negros, la exclusión de los aborígenes americanos de la nueva sociedad, la instauración de la supremacía de los ricos y poderosos en la nueva nación eran hechos ya afianzados en las colonias. “Al haber quitado a los ingleses del paso, todo eso se podía asentar, consolidar, regularizar, legitimar mediante la Constitución de los Estados Unidos, redactada en una convención de dirigentes revolucionarios reunidos en Filadelfia"(1).

La Convención Constituyente de 1787

La Constitución aparece como el ejemplo de la construcción de la democracia norteamericana, los “padres fundadores” son presentados como grandes hombres motivados esencialmente por los principios del derecho y de la justicia, y cuya sola preocupación era el bienestar de la nación, el pueblo norteamericano estaba unido en torno de una devoción común por estos mismos principios, propios de una sociedad democrática, y la Constitución corporizaba los sueños de la nación. Sin embargo, la verdadera historia está a la vista para quien quiera verla. Todos estos postulados buscaron legitimar no sólo la opresión dentro de la propia sociedad sino también la expansión y la dominación de otros pueblos.
La Constitución norteamericana, como la argentina, se encabeza “Nosotros, el pueblo”, a pesar de haber sido redactada por comerciantes y plantadores, ganaderos y comerciantes en el caso argentino. El problema de estos “representantes” era implementar una visión antidemocrática, que les permitiese retener el poder. La solución fue el desarrollo del concepto de democracia representativa: o sea, la identificación de la democracia con la enajenación del poder popular. De esta manera “el capitalismo hizo posible una forma de democracia en la cual la formalidad de igualdad de derechos políticos tiene mínimos efectos sobre las desigualdades o las relaciones de dominación y explotación en otras esferas”(2).
Llegado el momento de ratificar la Constitución a través de la votación de las convenciones estatales, algunos de los más prestigiosos “padres de la patria” abogarán por su ratificación manifestando abiertamente sus concepciones. En la obra El Federalista James Madison planteará que el gobierno representativo era necesario para mantener la paz en una sociedad agobiada por las disputas provenientes de la “múltiple y desigual distribución de la propiedad. Los que poseen propiedades y los que no las poseen siempre han constituido intereses claramente distintos en la sociedad”.
Alexander Hamilton, otro “padre de la patria”, expresó: “Todas las comunidades se autodividen en la minoría y la mayoría. El primer grupo está compuesto por las personas acaudaladas y de buena familia; el segundo, por el vulgo. Se dijo que la voz del pueblo es la voz de Dios, pero por general que haya sido la manera de citar esta máxima y de creer en ella, de hecho, no es verdadera. El pueblo es turbulento y cambiante; rara vez juzga o decide bien. Por lo tanto, permitámosle al primer grupo participar de forma permanente y concreta en el gobierno”(3).
En la Convención Constitucional, Hamilton propuso crear un gobierno con un presidente y un Senado elegidos de por vida. La Convención no aceptó su propuesta. Pero tampoco dispuso elecciones populares, salvo en el caso de la Cámara de Representantes, en el cual las legislaturas estatales imponían los requisitos (en casi todos los estados exigían poseer propiedades para votar), y excluían a las mujeres, los indígenas y los esclavos. La Constitución dispuso que los senadores serían elegidos por los legisladores estatales; el presidente, por electores elegidos por los legisladores estatales, y los magistrados de la Corte Suprema, nombrados por el presidente.
La Constitución no es un documento elaborado por hombres sabios para asegurar el “bienestar de todos”, sino por representantes de determinados grupos y clases que intentaban mantener sus privilegios y a la vez conceder derechos y libertades a parte de la población para asegurarse suficiente base de apoyo social. Expresión de estos objetivos, es el acuerdo esencial al que llegaron a través de mutuas concesiones los intereses de los dueños de esclavos del sur y los intereses de los poderosos del norte, éstos lograrían convertir a los trece estados en un único gran mercado para el comercio y el sur obtuvo a cambio que se le permitiera continuar con el comercio de esclavos.
Un siglo después y hasta hoy, la expansión imperialista norteamericana usará estos “principios” para justificar la dominación de sus monopolios, la expoliación de los países pobres y todas las guerras por la “libertad y la democracia” que los Estados Unidos libraron o avalaron en todo el mundo.

Alicia Rojo
Historiadora UBA

Notas:

1. Howard Zinn, A People’s History of the United States. New York: Harper and Row, 1980.
2. Meiksins Wood, en Pablo Pozzi, De Sur a Norte, Vol. 4, N° 6, 1er. Semestre 2001.
3. Zinn, op.cit.

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