lunes, junio 19, 2017

Martín Miguel de Güemes y su lugar histórico



Hacia la primera mitad del siglo XIX, la zona del Alto Perú (Bolivia) y el actual norte argentino vivían un importante florecimiento económico de la mano de la hacienda y el comercio. En su empresa, la oligarquía terrateniente se apoyaba en la numerosa mano de obra indígena de una región que por ese entonces tenía una población superior a la de Buenos Aires.
Los revolucionarios de Mayo entendieron que si querían ganar a su causa al Alto Perú y a Salta debían movilizar a la masa indígena con la consigna de la libertad (en relación a la mita y al endeudamiento) y la propiedad de sus tierras. Sin embargo, la pasividad de los prósperos terratenientes criollos y la desorganización de los indígenas (que no se habían recuperado de las derrotas de Tupac Amaru y rebeliones posteriores) impidieron la victoria contra el poder español.
Pero en los años siguientes estallaron importantes procesos independentistas impulsada por una dirección contradictoria: por un lado los indígenas que reclamaban tierra y libertad, y por el otro un ala muy pequeña de la burguesía criolla que sobre todo buscaba la independencia de España y el establecimiento de relaciones más cercanas al capitalismo. Junto a los altoperuanos Azurduy de Padilla, Lanza, Camargo, Salazar, Zárate, Warnes y Acebo; Güemes fue parte de una importante tendencia independentista. Si bien estuvo por detrás de hombres como José Gervasio Artigas en su cuestionamiento al poder terrateniente y el monopolio portuario y aduanero de Buenos Aires, lo cierto es que, en su lucha, Güemes trastocó el orden salteño en mayor medida de la que hubiese querido la oligarquía y el Directorio del Río de la Plata. Un historiador señala: “Los planes de Güemes para intensificar la guerra son rechazados por el general Rondeau. Pensaba (Güemes) que era conveniente aprovechar la desmoralización del ejército de Pezuela, vencido por él y en retirada. Aquí se inicia la ruptura con Rondeau” (1).
Es decir que Güemes, lejos de quedarse a defender una supuesta “frontera norte” de Argentina (que por entonces no era tal porque el territorio abarcaba el Alto Perú), contrarìa al poder central y pretende avanzar hacia la liberación del norte. Frente a la negativa de Rondeau de movilizar al Ejército del Norte, el general se rebela y “en una acción comando se apropia de quinientos fusiles en Jujuy. Con ellos y su regimiento prestigiado por la defensa del norte y la reciente victoria hizo más tarde su entrada en Salta, en un clima popular de euforia por la caída de Alvear” (2). Güemes es proclamado gobernador a pesar del Cabildo, del Directorio y por presión de las masas en armas. A partir de entonces anuló las deudas e impuestos que confiscaban y esclavizaban a los campesinos salteños, al tiempo que ordenó contribuciones forzosas a la oligarquía local.
Para debilitar al caudillo salteño, el Directorio con Posadas a la cabeza decide disgregar a Salta y transferir el poder a Tucumán, un bastión de la reacción en la que se prepararía a posteriori un Congreso cuyo objetivo central sería declarar la independencia y “pacificación” del país. Esto significaba terminar con las rebeliones de los desposeídos, someterse a la tutela de Inglaterra o Portugal y ahogar en sangre a los "facinerosos" que continuaran la lucha revolucionaria. Luego de su visita a Europa, Belgrano vuelve al país con la línea de subordinarse a la tutela de algún reino europeo poniendo como representante formal un indígena. Mientras tanto, Buenos Aires pacta con Portugal la invasión a la Banda Oriental pero sin tocar Entre Ríos, con la intención de apaciguar a la potencia pero, por sobre todo, acabar con la influencia de Artigas. Un destino similar le esperaba al Alto Perú y a Güemes: este envía a Mariano Boedo y al Coronel José Moldes al congreso de Tucumán con el mandato claro de apoyar el proceso independentista en las provincias del Alto Perú. Son impugnados por los delegados de la oligarquía y Moldes es arrestado por San Martín en Chile, a pedido de Manuel Belgrano.
En el quinquenio que va de 1816 a 1821 mueren todos los rebeldes del norte. Es en este cuadro de "normalización con el mundo” y aprovechando la derrota de Güemes contra las fuerzas tucumanas en 1820, la oligarquía salteña ejecuta un golpe de Estado el 24 de mayo de 1821. El terreno queda allanado por los propios golpistas para que el general realista Pedro Olañeta entre a Salta, ocupe puestos claves con un permiso firmado por la oligarquía y mate al general. "De una larga lista de responsables políticos emergen Bernabé Aráoz, gobernador de Tucumán, el coronel Eduardo Arias, los salteños Pedro Antonia Arias Velázquez, Dámaso Uriburu y Facundo de Zuviría”(3)… También se encontraba Saturnino Saravia y José Fernández Cornejo, futuros gobernador y comandante en jefe del ejército respectivamente.
Salvo los sectores más rezagados del pueblo salteño, nadie lamentó en ese momento la muerte de Güemes, quien tuvo que refugiarse y agonizar en un paraje alejado de una ciudad de Salta dominada por sus enemigos de siempre. Recién entrado el siglo XX, la clase dominante que le había construido a regañadientes un monumento en el monte, lejos de la plaza dominada por Toledo, se apropia del prócer aunque sea de una manera superficial, llevando sus restos a la Catedral y hasta participando de los fogones otrora reservados “al populacho”.
La clase social que lo entregó es la misma que impulsó no sólo la alianza con España sino también con Inglaterra y luego con Estados Unidos, siendo incluso protagonista principal de golpes de Estado como el de 1930, a través de Félix Urtiburu. A esta oligarquía pertenece Urtubey, quien lejos de ser heredero de Güemes, es también responsable del atraso, la pobreza “estructural” del interior, el monopolio terrateniente, los jubileos impositivos a la gran propiedad y la entrega de los recursos naturales al imperialismo (minería!). Y todo eso mientras se disfraza de gaucho.

Arturo Borelli, diputado del PO de Salta

Fuentes
1- De Los Ríos, Juan Manuel. Ponencia sobre Guemes, Universidad de Tucumán, 1972.
2- Rath, Christian. La Revolución Clausurada. Biblos, 2011.
3- Idem.

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