miércoles, agosto 30, 2017

Almagro, Israel y la mentira como política continental

El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, no contento con promover la intervención estadounidense en Venezuela -en lugar de tender puentes para reducir la polarización social-, recientemente ha sumado motivos para la indignación popular al visitar Israel y hacer declaraciones que nos ofenden.
Almagro no habló como el representante de un organismo internacional, sino como un simple propagandista de Israel, presentándolo como un Estado normal, progresista y moderno, respetuoso de la democracia y los derechos humanos. Curioso concepto de democracia tiene el Secretario General de la OEA, que según él es compatible con el nacionalismo religioso, la ocupación colonial y el apartheid.
Por contraste, esta semana en una conferencia en la UNAM de Ciudad de México, el historiador israelí Ilan Pappé dejó claro que el Estado de Israel, nacido de la destrucción del pueblo, el territorio y la cultura árabes de Palestina, se sostiene desde hace siete décadas en base a un régimen de limpieza étnica, ocupación militar, colonización territorial y apartheid jurídico.
Ese Estado controla por la fuerza la totalidad del territorio de la Palestina histórica, desde el Mediterráneo hasta el Jordán, manteniendo a la mitad de la población que vive en él (unos seis millones de personas) sin absolutamente ningún derecho (en los territorios ocupados) o con derechos limitados (dentro de Israel) por el simple hecho de no ser judía. Y al tiempo que promueve la inmigración de población judía de todo el mundo, le niega a otros seis millones de palestinos/as el derecho de regresar a su tierra, obligándoles a vivir en el exilio o en miserables campos de refugiados en los países vecinos.
Israel es el Estado que ha desconocido e ignorado más resoluciones de la ONU desde 1948 hasta el presente (incluyendo la Corte Internacional de Justicia y el Consejo de Seguridad). Además de las numerosas resoluciones incumplidas, Israel comete diariamente crímenes de guerra -según el Derecho Internacional Humanitario- contra la población palestina. Entre ellos, desplazamiento forzado, traslado de población ocupante al territorio ocupado, apartheid (como recientemente afirmó la CESPAO, un órgano de la ONU) y genocidio incremental, como llama Ilan Pappé a la combinación de limpieza étnica gradual (en Cisjordania y Jerusalén Este) con ataques y bombardeos periódicos (en Gaza).
Pappé dejó claro lo que hemos dicho en esta columna muchas veces: el llamado “conflicto” palestino-israelí no es una disputa entre dos pueblos por la misma tierra, sino el resultado de una ideología y un proyecto colonial surgidos en Europa a fines del siglo XIX (el sionismo), que se propuso apropiarse del territorio de Palestina, expulsando a su población árabe nativa para sustituirla por colonos (judíos) provenientes de otros países. Los colonos sionistas europeos y blancos que llegaron a Palestina no eran descendientes de las y los palestinos originarios de religión judía, que hasta 1948 convivían pacíficamente con sus compatriotas de religión musulmana y cristiana –en Palestina y en todo el mundo árabe.
En sus declaraciones Almagro afirmó también que los pueblos latinoamericanos tenemos “los mismos principios y valores de respeto a la democracia y los derechos humanos” que Israel. Palabras similares suelen estar en boca de diplomáticos y representantes del régimen sionista en nuestros países. Semejantes afirmaciones deberían ser respondidas categóricamente con una indignación generalizada, pero la verdad es que suelen pasar desapercibidas y hasta toleradas.
A menudo me pregunto por qué los pueblos latinoamericanos, que tenemos siglos de resistencia contra el racismo y el colonialismo, y varias décadas de lucha contra el autoritarismo militar y el terrorismo de Estado, nos dejamos insultar por representantes de un Estado que mantiene la ocupación colonial más larga de la historia moderna (la única que queda en la agenda de la ONU desde su creación) y nos la presenta como “la única democracia de Medio Oriente”.
La dura verdad es que América Latina -al igual que otras regiones del llamado Sur Global- se está convirtiendo en la retaguardia estratégica de Israel, ante el deterioro acelerado de su legitimidad en el hemisferio Norte como consecuencia del avance de la campaña mundial de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). El sionismo está desplegando en nuestro continente una preocupante ofensiva diplomática, económica y mediática, buscando incrementar su influencia, especialmente a través de la OEA y el BID.
Detrás de su interés en “cooperar” con nuestros países en cuestiones como tecnología agrícola y de irrigación (desarrollada tras décadas de despojo de sus recursos hídricos a las comunidades palestinas, mediante un verdadero apartheid del agua), Israel esconde su codicia por nuestros recursos estratégicos (por ejemplo, el acuífero Guaraní en América del Sur) y también su intención de exportar a nuestros países su modelo de Estado segurocrático, militarizado y represivo.
Aprovechándose de una coyuntura mundial donde aumentan el miedo al terrorismo y la islamofobia, de la impunidad que le ofrece la Era Trump y del giro hacia la derecha en nuestros países, Israel ve una oportunidad única para vendernos su industria de seguridad y armamentística (con el valor agregado de “probado en terreno”, es decir, en los cuerpos palestinos), así como su experticia en la lucha contra “el terrorismo” -que no es otra cosa que la represión brutal de la población palestina, que resiste mayoritariamente por medios no violentos al despojo de su tierra.
Quienes sufrimos el terrorismo de Estado reconocemos a un Estado terrorista, y debemos rechazarlo. Así como rechazamos la incitación de Almagro a la intervención externa en Venezuela, debemos rechazar su trabajo de blanqueo (‘whitewashing’) para normalizar los crímenes de Israel. No tiene nada de ‘normal’ un régimen que desde hace siete décadas viola sistemáticamente todos los derechos humanos del pueblo palestino, asesinándolo extrajudicialmente, encarcelándolo indefinidamente sin cargos ni juicio, apresando a sus niños por tirar piedras al ejército de ocupación y juzgándolos en tribunales militares, robándole y negándole su agua, expulsándolo de sus tierras, demoliendo sus casas, escuelas y hospitales como castigo colectivo o para vaciar la tierra y entregársela a colonos judíos, y permitiendo que éstos roben, destruyan y quemen cultivos, casas y propiedades palestinas con total impunidad.
Los pueblos latinoamericanos no tenemos ningún valor ni principio en común con Israel. Por el contrario, estamos por el fin de toda ocupación militar, de todo régimen colonial, racista y supremacista (basado en la superioridad de un grupo de población sobre otro, como es el caso de la etnocracia israelí), y por la autodeterminación de los pueblos, la misma que se le niega al pueblo palestino.
El paradigma de los derechos humanos y la democracia en el siglo XXI no admite que dos grupos de población viviendo en el mismo territorio sean gobernados por dos sistemas legales y jurídicos distintos en función de su origen étnico o religioso (civil para la población judía, militar para la población palestina), o que la población no judía sea discriminada por más de 50 leyes. Eso se llama apartheid, no democracia.
La mejor respuesta a las mentiras de Almagro como vocero del sionismo la dio Ilan Pappé al concluir su exposición en la UNAM: “Debemos entender que Palestina es un asunto de justicia social y moral. No es el peor conflicto que hay en el mundo, ni el movimiento sionista es el más cruel que ha existido en la historia. Pero es el relato más fabricado de nuestro tiempo. Es la historia más mentirosa del mundo. Y es la que muestra como ninguna otra la hipocresía y el doble rasero de Occidente. Hay muchos regímenes malos en el mundo, pero nadie los describe como positivos, o como “complejos”. El conflicto Palestina-Israel no tiene nada de complicado: es un caso clásico de colonialismo de asentamiento. Y la única solución es la descolonización de Palestina. Eso va a ocurrir cuando el mundo le diga a los sionistas: ‘No les creemos más su relato fabricado. Sabemos demasiado para creerles. ¡Dejen de mentir!’”

María Landi
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