jueves, agosto 31, 2017

Escalada bélica en medio de un enorme impasse



Trump se tuvo que desdecir de sus promesas de retirarse de Afganistán y ha anunciado que “no hay fecha de salida”. Según funcionarios, eso allana el camino para aumentar los actuales 8.400 efectivos presentes en ese país. Esto significa que una de las guerras más largas en la historia se extenderá, ahora, una vez más. La amenaza se extiende a Pakistán, a cuyo gobierno Estados Unidos acusa de amparar a la guerrilla afgana. La represalia podrá empezar con un límite a la ayuda financiera y militar estadounidense. El discurso de Trump incluyó una advertencia a Islamabad (capital paquistaní): Estados Unidos está dispuesto a alinearse abiertamente con la India contra Pakistán en el largo conflicto entre las dos potencias nucleares del sur de Asia. Washington ha cultivado vínculos militares y diplomáticos con la India a lo largo de las dos últimas décadas e intenta transformar a ese país en un Estado de primera línea en la estrategia estadounidense de cercar y aislar a China.

¿Cuál es el cuadro de situación?

Más que un empantanamiento en Afganistán y en la región estamos ante un verdadero desmoronamiento del régimen títere de Washington. El avance talibán amenaza con repetir lo ocurrido en 1996, cuando las milicias fundamentalistas tomaron el poder (La Nación, 25/8). Además, el gobierno afgano está sumido en divisiones étnicas y políticas y en la corrupción, y controla menos del 60% del país, circunstancias similares a las que allanaron el camino para la toma del poder por parte de los talibanes veinte años atrás. “El mes pasado, cinco capitales de distrito cayeron en manos de los insurgentes, que ahora controlan 48 de los 407 distritos. Los distritos controlados por el gobierno apenas ascienden a 100, menos de un cuarto del total, mientras que el resto están disputados, en algunos casos controlados de día por el gobierno y por los talibán de noche” (SWS, 23/8).
“La alternativa es perder o no perder, porque lo cierto es que ganar ya es imposible”, dice James Dobbins, ex representante especial de Estados Unidos en Pakistán y Afganistán durante la presidencia de Obama. Washington ya no aspira a aplastar a los talibán y finalmente obligaría a los líderes rebeldes a aceptar una solución diplomática para el conflicto” (La Nación, ídem). En otras palabras: la escalada militar está al servicio de una salida negociada. Pero es necesario recordar que Obama intentó y fracasó con un enfoque básicamente similar. Lideró un esfuerzo aún más grande, que en determinado momento involucró a más de 100.000 soldados, un poder de fuego aéreo considerable, cientos de drones de la CIA y miles de millones de dólares en programas civiles, lo que acompañó las tratativas en el plano diplomático.
Más allá de las bravuconadas, Trump ha mantenido en el escenario internacional la política de compromisos y negociaciones que había enhebrado Obama, que, recordemos, fue violentamente denostada por el actual presidente. Siguen los acuerdos con Irán y un entendimiento, con sus sobresaltos pero entendimiento al fin, con Rusia en Siria; también el deshielo con Cuba y los acuerdos con la FARC en Colombia. La Casa Blanca está obligada a operar en el marco de un retroceso estratégico del imperialismo. No olvidemos que Estados Unidos ha sufrido una seguidilla de reveses, que culminó con la retirada de Irak y el compromiso de hacer lo mismo en Afganistán.
Queda por ver cuál es la magnitud del despliegue militar que Estados Unidos realizará. Hasta el momento, la Casa Blanca no ha dado a conocer el número de hombres que estarán comprometidos en la escalada ni tampoco las fechas programadas de su desembarco. Aunque el gobierno invocó razones de seguridad dirigidas a no brindarle información al enemigo, el hermetismo, como lo han destacado algunos analistas, tiene por destinatario al pueblo norteamericano, sensibilizado frente a guerras que se han extendido en el tiempo y han culminado en fracasos. El anuncio de la escalada militar en Afganistán, desdiciéndose de su promesa de terminar la guerra, constituye un golpe a la demagogia de Trump, socava su capital político cada vez más devaluado y, sin duda, dejará sus huellas entre los trabajadores y la población estadounidense.

P. H.

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