lunes, agosto 21, 2017

León Trotsky, el espectro de la revolución



Una pregunta ha despertado la inquietud de trabajadores, jóvenes, intelectuales, historiadores y escritores desde el 20 de agosto de 1940: ¿por qué Stalin mandó asesinar a Trotsky?

En su apasionante novela El hombre que amaba a los perros, el escritor cubano Leonardo Padura nos presenta un diálogo imaginario ocurrido en la URSS luego de que Ramón Mercader, el sicario estalinista, terminara con la vida de León Trotsky. En el mismo, sus participantes no pueden evitar hacer en sostener que este plan pergeñado con años de anticipación constituía “Una exageración. Al viejo había que dejarlo que se muriera de soledad o que en su desesperación metiera la pata y él solo se cubriera de mierda. Nosotros lo salvamos del olvido y lo convertimos en un mártir”.
Pero ¿entonces por qué Stalin habría elaborado un plan que llevó a agentes stalinistas por cuatro de los cinco continentes durante más de una década, obligando a Trotsky a transitar en un “planeta sin visado” por las sucesivas expulsiones, primero de la URSS, luego de Turquía, Francia y otros países europeos para recaer en México, su última morada? ¿Y por qué habría dispuesto la burocracia stalinista de innumerables recursos materiales y de propaganda para calumniar a Trotsky frente a las masas, acusándolo de agente del imperialismo inglés, alemán, japonés y sembrando de intrigas su trayectoria?
Evidentemente y a despecho de ciertas interpretaciones en boga en la historiografía que no deja de circular por la academia, esta no era una simple obsesión paranoica. Y aunque no se explica por un ensañamiento personal con Trotsky, como lo demuestra el hecho de que Stalin procedió a la aniquilación de toda la generación de revolucionarios rusos que había protagonizado el Octubre de 1917, hay algo en la figura de Trotsky que es particular. El asesinato de Trotsky es la confesión por parte de la burocracia soviética de la enorme influencia que podía ejercer el creador del Ejército Rojo entre las masas proletarias de la URSS y del mundo. Y más aún frente a los grandes cataclismos que se avecinaban.

La tarea de la formación de una nueva Internacional revolucionaria

A lo largo de la década del 30, el PCUS y la Internacional Comunista stalinizados no eran expresión de la vanguardia proletaria, sino la cristalización de la casta burocrática que había usurpado el gobierno en la URSS. Se movían guiadas por sus propios intereses de casta y en contra de las necesidades revolucionarias del proletariado. Esto había sido trágicamente corroborado por Trotsky en 1933 con la derrota sin prestar combate del proletariado alemán frente al ascenso del nazismo. Y había tenido un nuevo episodio en la estrategia contrarrevolucionaria del Frente Popular llevada adelante por la IC durante el proceso revolucionario español.
Desde 1933, Trotsky había sacado la conclusión de que ya no podía reformarse el PCUS y la Comintern. Por ello dedicó todas sus energías a la organización de un nuevo partido mundial de la revolución. Sintetizando lo mejor de la experiencia de la generación revolucionaria bolchevique, pasando por las tres revoluciones rusas, de la guerra civil en la que erigió un ejército de cinco millones de soldados obreros y campesinos, los enormes aportes de los primeros cuatro congresos de la IC, la del “proletariado a la ofensiva”, las conclusiones de sus batallas de ideas y de cuerpo contra la degeneración del Estado obrero soviético, y los sucesos de Alemania y España, Trotsky encarnaba el punto más alto de lo que quedaba de la generación revolucionaria.
Para fines de la década, los trotskistas en la URSS, nombre que aceptaban por respeto al dirigente revolucionario, pero que nunca reemplazaban por el que ellos mismos utilizaban, los bolcheviques-leninistas, eran un puñado de obstinados revolucionarios que resistían en los campos de concentración stalinistas. En Europa, Norteamérica y el resto del mundo constituían en su gran mayoría pequeños grupos. Pero tenían claridad del escenario estratégico que se empezaba a transitar a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. Y estaban decididos a prepararse para intervenir en los acontecimientos que iba a despertar la misma.

Trotsky y una tarea imprescindible

Los marxistas revolucionarios internacionalistas en medio de la Primera Guerra Mundial participaron de las conferencias de Zimmerwald y Kienthal para sentar las bases de lo que sería una nueva internacional revolucionaria frente a la defección a las burguesías de cada uno de sus países de la socialdemocracia. Trotsky compartió esta batalla con Lenin, Rosa Luxemburgo y quienes habían enfrentado esta enorme capitulación de la Segunda Internacional. Todos los revolucionarios del mundo entraban en un vagón de tren.
Ahora la tarea a la que se dedicaba con sus mejores fuerzas León Trotsky eran las de forjar los fundamentos de una organización revolucionaria e internacionalista, en un momento sombrío de la historia de la humanidad, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente, como dice Deutscher, en ese momento habrá recordado las líneas que Adolf Ioffe le mandara en una carta donde le recordaba la inflexibilidad y la determinación de Lenin en medio de la Primera Guerra Mundial “por saber que es el único aunque sea solo”.
A tal punto comprendía su rol que se consideraba imprescindible como nunca antes en su historia. Y para hablar de quien fuera en 1905 presidente del Soviet de Petrogrado, en 1917 dirigente con Lenin de la revolución rusa y jugara un rol central en la insurrección de Octubre, quien después destacara como organizador y estratega militar al frente de un ejército de cinco millones de soldados campesinos y obreros, y en medio de eso participara como uno de los principales oradores y redactores de los documentos de la fundación de la Internacional Comunista en sus cuatro primeros congresos, no es poca cosa. En esos momentos estaba Lenin, que hubiera logrado con su genio realizar esta monumental tarea. Pero a la hora de nadar contra la corriente de la “noche negra” del stalinismo, manteniendo la continuidad del programa y la estrategia del marxismo revolucionario, comprendía que su lugar no lo podía ocupar otro.

Un nuevo partido de la revolución mundial

En momentos de su fundación, en 1938, la IV Internacional no reunía en sus filas más que un pequeño número de cuadros y militantes. Sin embargo, Trotsky pronosticaba que la guerra generaría nuevos ascensos revolucionarios, la bancarrota del stalinismo como a la salida de la primera guerra mundial había sucedido con la socialdemocracia y la IV Internacional se haría de masas.
Y no, no eran los únicos que opinaban esto. Isaac Deutscher, el gran biógrafo de León Trotsky, en el último capítulo de su monumental trilogía, trae a cuenta el último diálogo antes del estallido guerrerista entre Hitler y el embajador francés ante el Tercer Reich, Roberto Couloundre. Señala que “Hitler se jactó de las ventajas que había obtenido como resultado de su pacto con Stalin, que acababa de firmar, y trazó un grandioso panorama de su futuro triunfo militar. En respuesta, el embajador francés apeló a su ‘razón’ y habló de los trastornos sociales y la revolución que podrían seguir a una guerra prolongada y terrible y barrer a todos los gobiernos beligerantes. ‘Usted se ve a sí mismo como vencedor…’, dijo el embajador, ‘pero, ¿ha considerado usted otra posibilidad: la de que el vencedor sea Trotsky?’ Al escuchar esas palabras, Hitler se puso de pie de un salto (como si lo ‘hubiesen golpeado en la boca del estómago’) y gritó que esa posibilidad, la amenaza de la victoria de Trotsky, era una razón más para que Francia y la Gran Bretaña no fueran a la guerra contra el Tercer Reich. Así, el amo del Tercer Reich y el emisario de la Tercera República, en sus últimas maniobras, durante las últimas horas de paz, trataron de intimidarse el uno al otro, y al gobierno de cada uno, invocando el nombre del solitario proscrito atrapado y enclaustrado en el otro extremo del mundo. ‘Los acosa el espectro de la revolución, le dan el nombre de un hombre’, comentó Trotsky cuando leyó el diálogo”.
A pesar de esto, Deutscher critica el emprendimiento de la construcción de una nueva Internacional, al cual se dedicó el revolucionario ruso durante la gran parte de la década de los 30´s, considerándolo una “empresa voluntarista”. Señala sobre todo que al no tratarse de un momento de ascenso revolucionario de las masas, la actividad de los revolucionarios estaba condenada a quedarse en los límites de la marginalidad política. Y argumenta que el carácter “utópico” de su proyecto quedó demostrado a la salida de la Segunda Guerra, cuando la IV Internacional no logró obtener el peso de masas, pese a los pronósticos de Trotsky.
Pero que la IV Internacional no se haya hecho de masas tras la guerra no prueba que su fundación no fuera la única opción estratégica que correspondía a la lucha por enfrentar el stalinismo y la deformación del Estado obrero a que había llevado. La otra perspectiva implicaba embellecer al stalinismo y alentar falsas expectativas en que la burocracia podía autorreformarse, como hicieron Deutscher y parte del movimiento trotskista de la posguerra. El enorme papel contrarrevolucionario jugado por el stalinismo a la salida de la guerra, liquidando la revolución europea en Francia, Italia y Grecia, muestra que era completamente acertado sostener que sólo bajo el programa de la IV Internacional podía el ascenso revolucionario de posguerra triunfar.
Lo correcto de la perspectiva estratégica que marcó Trotsky se demuestra también en que el trotskysmo, a pesar de su degeneración centrista, sigue invocando hasta nuestros días el “espectro” de la revolución proletaria.
En definitiva, Trotsky fue el nombre propio de la revolución también en el sentido de que luego de la debacle del estalinismo sería mucho más dificultoso levantar las banderas del marxismo revolucionario, sin posibilidad de recuperar las peleas teóricas y políticas que dieran los revolucionarios que lo enfrentaron con una estrategia de conjunto.
Gracias a la batalla de Trotsky y los trotskistas, las nuevas generaciones de trabajadores y jóvenes en el mundo tenemos un invaluable acevbo de lecciones de estrategia revolucionaria para aprender y continuar con su tarea, la tarea de construir un partido mundial de la revolución socialista. Y que con la crisis económica que empezó hace ya ocho años y que está dando fenómenos de polarización política y los primeros ejercicios de la lucha de clases del proletariado luego de la gran derrota que significó el neoiberalismo, nos encuentra a los revolucionarios retomando su legado.

Héctor “Catoto” Penuto
Federico Roth

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