jueves, enero 04, 2018

Una plaza con las horas contadas



El conocido Dragón I, un blindado rebelde que según expertos tuvo más impacto sicológico que militar.

La batalla más larga de la campaña villareña, desarrollada durante 11 días en los predios del Escuadrón 37, vino a coronar la ya fecunda carrera política y militar del joven Comandante Camilo Cienfuegos, desde entonces el Héroe de Yaguajay

YAGUAJAY, Sancti Spíritus.– Atrapado en aquel laberinto que más bien parecía un callejón sin salida, Alfredo Abón Lee, el capitán defensor de la plaza sitiada, autorizó sin muchos miramientos, el 30 de diciembre de 1958, una inesperada sesión de espiritismo, suerte de consulta sobre el futuro que tampoco le traería buenas noticias al militar batistiano, quien asistió puntualmente a la ceremonia.
Ya frente a los concurrentes que aguardaban por sus predicciones, el luchador clandestino Grelio Ruiz Luna, reconocido en este tipo de prácticas y quien cumplía prisión allí por su actividad clandestina, midió milimétricamente cada una de las palabras: «Aquí no se ve venir ninguna tropa de refuerzo, ni tanques ni nada. Veo un solo camino para el bien de todos, el de la rendición», les dijo a los mismos hombres que durante la batalla habían estado a punto de matarlo, no de un tiro en la cabeza, sino de hambre.
Abón Lee, perseguidor tenaz de la Columna 2 desde que esta partiera de la Sierra Maestra; días antes derrotado por las fuerzas revolucionarias en el vecino poblado de Mayajigua y jefe de aquellos sitiados en sustitución del mayor Roger Rojas Lavernia, que había abandonado la instalación ante una presunta hernia estrangulada, sabía que Yaguajay tenía las horas contadas, pero en su caso la obstinación y la terquedad pesaban tanto o más que la misma realidad que se asomaba por las aspilleras.

NOCHEBUENA SAZONADA CON PLOMO

–¿Quién es Caballo Loco?
La pregunta de Camilo Cienfuegos sorprendió a la soldadesca enemiga. Era la segunda vez de ese 24 de diciembre de 1958 que el Comandante rebelde pisaba el cuartel defendido por el Escuadrón 37 del Regimiento Leoncio Vidal, de Yaguajay, en medio de la primera tregua en la que devendría la batalla más extensa de la campaña del Ejército Rebelde en Las Villas.
Cuando el Señor de la Vanguardia tuvo enfrente al soldado que por las noches le improvisaba y cantaba a la tropa rebelde, atrincherada alrededor de la guarnición, le dijo:
–Parece que eres guapo.
–No, Comandante, creo que son los nervios.
–Pues bien, hace falta que sigas cantando.
Y sin más allá ni más acá, se deshizo de su reloj y se lo regaló a Caballo Loco. En la propia visita –según testimonios de Roberto Calderón, representante de la Cruz Roja–, mientras Camilo obsequiaba tabacos y cigarros a los soldados, les afirmó: «Si se rinden, les pagamos los meses atrasados que les debe el ejército, y esta misma nochebuena nos comemos 20 lechones asados, todos juntos».
Sin embargo, el Comandante retornó a las posiciones rebeldes con una certeza: el capitán Alfredo Abón Lee no depondría las armas con el argumento de que esperaba la anuencia del mando superior para la rendición, una falacia que Camilo adivinó desde que le miró por primera vez a los ojos.
El hombre en realidad quería ganar tiempo para consumar la propuesta de la jefatura del Tercer Distrito Militar de Santa Clara que le había remitido un telefonema donde le comunicaba la autorización de evacuar sus fuerzas por los embarcaderos de azúcar de Vitoria y Estero Real con el empleo de la Marina de Guerra y el apoyo de la Fuerza Aérea del Ejército.
Consciente de la estratagema de Abón Lee, Camilo les subrayó a sus oficiales: «(...) debemos estar preparados para seguir el combate». Y, ciertamente, la prometida comida de nochebuena estuvo sazonada con mucho plomo.

UNA CAMPAÑA ADMIRABLE

Luego de trabar contacto con las fuerzas del Partido Socialista Popular y del Movimiento 26 de Julio asentadas en la zona de Yaguajay, Camilo no tarda en declarar una guerra sin cuartel a la decadente tiranía, que ya a estas alturas era incapaz de pasar a la ofensiva.
Casi recién llegado de la Sierra Maestra, los días 22 y 27 de octubre, realiza provechosas emboscadas en el Circuito Norte; el 31 toma el poblado de Venegas y luego sucesivamente Iguará, Meneses, Jarahueca, Zulueta –en dos ocasiones–, General Carrillo, Mayajigua, Caibarién, Camajuaní y Placetas, estos tres últimos de manera cooperada con las fuerzas que comandaba Ernesto Che Guevara.
El cuartel fue previamente fortificado para la batalla. Foto: Perfecto Romero
Según los investigadores Gerónimo Besánguiz y Osiris Quintero, desde la noche del 22 de diciembre, bajo un mamoncillo en el traspatio de la casa de la combatiente Marina García, Camilo, acabado de llegar de la liberación de Zulueta, perfiló la táctica a seguir en Yagaujay: el constante estrechamiento del cerco sobre las posiciones enemigas dentro del perímetro urbano y la intensificación del fuego contra todos los sectores para impedirle al contrario el descanso y la movilidad y, a su vez, mantener vivo el asedio sobre el cuartel.
Ya con los ingenios Vitoria y Narcisa en manos rebeldes, desde las primeras horas del 24 de diciembre se combate en el hotel Plaza, el Ayuntamiento, la estación de Policía y la planta eléctrica, donde el régimen carga con 18 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.
Pero la rendición de las posiciones urbanas no representaba necesariamente el debilitamiento del cuartel, verdadera fortaleza militar sembrada en medio de una llanura, su principal resguardo, y protegida por alambradas y sacos de arena en la que resistían unos 350 hombres bien armados, incluidos los que habían huido desde la ciudad.

INFIERNO PUERTAS ADENTRO

Camilo y los suyos recurrieron hasta los métodos más impensables por tal de no prolongar un enfrentamiento que solo traería más derramamiento de sangre para los dos bandos: intentaron quemar el cuartel mediante la introducción de un tren con varios vagones por la retaguardia; con similar propósito idearon el mítico Dragón I, blindado nacido de la ingeniosidad criolla que tuvo más efecto sicológico que militar y no cesaron el asedio a la fortaleza ni un minuto.
Sin electricidad, sin comunicaciones, con el agua potable fuera de su alcance y con un altoparlante martillándole a la soldadesca que no debía usar más «el fusil del pueblo contra el pueblo», la situación dentro del cuartel se convertía por días en un tormento, aderezado además por el malestar de los heridos, la peste de los animales muertos y algunos intentos de sedición.
Ya en marcha la batalla de Santa Clara, el Che regresó a Yaguajay el día 30 –antes había estado el 23 y el 25– con la buena nueva de una bazuca y un mortero que a la postre resultarían el puntillazo final para los sitiados.
Aun así Abón Lee intentó jugarse su última carta con la solicitud de una tercera tregua, una petición que Camilo no solo negó categóricamente, sino que respondió con una promesa muy poco amistosa: «Si no se rinden ahora mismo –les dijo–, les derrumbo el cuartel sobre sus cabezas».
Fue entonces que Abón Lee abandonó el enclaustramiento que mantenía en su oficina desde hacía varias jornadas, miró a su alrededor y comprendió definitivamente que aquella premonición espiritista hecha apenas unas horas antes le estaba señalando el mejor de los caminos posibles.

Juan Antonio Borrego | internet@granma.cu
Enrique Ojito | internet@granma.cu
30 de diciembre de 2017 10:12:16

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