sábado, febrero 10, 2018

Lenin y sus enemigos



No hay duda de que Lenin fue y es de las figuras mayores del Partenón de las izquierdas hasta 1989, aunque en las últimas décadas del siglo pasado pasó a ser una figura duramente maltratada incluso desde la izquierda transformada, hasta el extremo que esta denigración se ha convertido en un canon establecido en aras de la “corrección política” impuesta por la restauración conservadora. Se puede decir que el derrumbamiento de sus (odiosas) efigies se ha convertido en uno de los emblemas de la época como daría fe (con la presencia de sus enormes estatuas erigidas tras su muerte por su instrumentalización “religiosa” efectuada por el estalinismo, ahora desguazadas a consecuencia del desplome del régimen soviético) fílmicamente La mirada de Ulises (To Vlemma tou Odyssea, Theo Angelopoulus, Grecia, 1995); al igual que antes, desde un ángulo muy diferente lo fueron, entre otros muchos 1/. Una iconografía que rechaza el “providencial” de su llegada a la Estación de Finlandia tomado de las crónicas de John Reed desarrollado en Octubre (“Oktiabr“, S.M. Eisenstein, URSS, 1928. De una imagen que causó una enorme impresión sobre varias generaciones, impactando incluso mentes en principio tan escépticas como la de un André Gide. Entre un retrato y otro cabría cabría rememorar la de su llanto plasmado en un “grafitti” con ocasión de la intervención de los tanques rusos para poner fin a la “primavera de Praga”, imagen reproducida La Confesión (L’Aveu, C. Costa-Gavras, Francia-Italia, 1979)
Lo cierto es que Lenin fue siempre un personaje controvertido, aunque obviamente a otro nivel ya que en las enciclopedias y en los manuales de historia nadie le pudo negar su importancia en la revolución de Octubre y en la creación del “sistema comunista” al que aparecía asociado a través de un despliegue iconográfico de obvio carácter mesiánico, de un montaje en el que destacaban las estatuas presentes en la hermosa y dolorosa película de Angelopoulus. 2/ Esta situación ha hecho de que la figura de Lenin se haya convertido en un referente central en el campo de la una guerra ideológica que se ha mostrado bastante animada con ocasión del primer Centenario de la Revolución de Octubre.
En realidad, el Lenin concreto nunca había dejado de formar parte del banquillo de los acusados de la Historia, incluyendo en este terreno los grandes debates que acompañaron al partido que fundó, con el que, precisamente, desarrolló una verdadera guerra en lo que en su obra clásica, Moshe Lewin llamó “el último combate de Lenin y en la que fue mucho más lejos que Trotsky en su denuncia del carácter “burocráticamente deformado del Estado que tanto había contribuido a crear Hasta entonces fue duramente criticado por los representantes de las diversas corrientes socialistas. Compañeros de la izquierda de la Internacional socialista con los que acabaría convergiendo durante la revolución de 19105, pero sobre en la oposición a la “Gran Guerra”, tal fueron los casos de los menchevqiues León Trotsky y Yuri Martov (1903), por Rosa Luxemburgo (1903; 1918), sin olvidar, entre otros, los “tribunalistas” holandeses como Herman Gorter (Carta a Lenin, 1920) y Anton Pannekoeck (Lenin filósofo, 1921) y con ellos, por toda la corriente comunista “consejista”, muy activa en los dos primeros congresos del Komintern. Sin embargo, raramente fue condenado sin remisión, o amalgamado sumariamente como uno más en una lista de genocidas que suelen intercalar a Hitler entre Stalin y Ceaucescu y otros nombres (ningún norteamericano), que han representado el mal social en sus expresiones más oscuras.
Nunca lo fue de una manera tan concluyente ni de una manera tan irreversible. Está claro que Lenin fue siempre el nombre inequívoco de la “subversión”, y por lo tanto como una “prueba” que le podía costar largo tiempo en las cárceles, y en no pocas ocasiones la muerte. 3/.
Conviene señalar que esta condena está ligada a un contexto. Comienza a darse en los años ochenta, para establecerse sin discusión como una consecuencia inexcusable de lo que se ha llamado “la caída del comunismo”. 4/ Se desarrollará en una auténtica escalada hasta alcanzar su cumbre denigratoria con la publicación del Libro negro del comunismo, algo así como la sentencia final sobre la que se fundamenta todos los “cursillos” conservadores del mundo para imponer sus criterios, con la contribución inexcusable de diversos “arrepentidos” del comunismo, un territorio que podría ser tan amplio como el PC italiano casi al completo.
Dicha condena tiene un historial con obvios precedentes, pero que en lo que le diferencia de otros tiempos, tiene su punto de partida en la distinción establecida por la administración Reagan entre el pecado mortal de los “totalitarismos”, 5/ el llamado “imperio” o luego “eje del mal” en contraste con el pecado venial de los “autoritarismos”, justificado o “comprendidos” aunque fuese en parte por tener que defenderse de una amenaza comunista. inmersos en este esquema, antiguos intelectuales de izquierdas ahora arrepentidos en republicanos (norteamericanos) como lo serían entre nosotros Jorge Semprún, Octavio Paz o Vargas Llosa o Cabrera Infante y secuaces en los años ochenta-noventa, y que coincidían con dicha administración -y con el Vaticano- en ofrecer el siguiente argumento: -facilitados teóricamente por el último Cornelius Castoriadis– mientras que los regímenes “comunistas” se mostraban irreformables, en tanto que los fascistas –como España, Grecia o Chile- abrían procesos democráticos. Una vez descompuesta la URSS, todo el llamado “socialismo real” cayó como un castillo de naipes…
A partir de esta singular premisa, una nueva extrema derecha, situada en la onda de la intelligentzia republicana norteamericana y que entre nosotros suele hacer comulgar sabiamente a Vargas Llosa con Milton Friedman, una extensa correinte que ocupaba casi sin fisura los medias y para el que el “problema” era ahora el socialismo o el “estatismo”, en realidad toda oposición al ultracapitalismo. Cualquier crítica al capitalismo liberal llevaba al desastre de las “tentaciones totalitarias”, el “imperio del Mal” liderado por la URSS sin olvidar la responsabilidad de Lenin en el “terror rojo” puesto en práctica durante la guerra civil. El dictamen aparecía en un documental: La culpa fue de Lenin, que aparecía firmado por un actor y director tan inclasificable como Patrice Chereau. La lista de descalificaciones ha seguido siendo pertinaz y alcanza un extenso listado de componente del “mundo de la cultura” que ahora aparecía totalmente integrada en los “pasillos del poder”.
Se crea por lo tanto una nueva “historia oficial” dictaminada por el “consenso”, no es difícil llegar a la conclusión de que al fin de cuentas, el franquismo tuvo una justificación frente a la amenaza “comunista”; al final fue la monarquía la que acabó ganando la guerra civil, según una idea ofrecida por Octavio Paz en el Congreso de Intelectuales de Valencia de 1987. Un Congreso orientado en dirección opuesta al que en 19137 unía a comunistas y antifascistas, y que se manifestaba en defensa de los EEUU contra Cuba, lo mismo que poco después lo haría favor de la “contra” al tiempo que se descalificaba a los sandinista por boca de viejos comunistas Ricardo Muñoz Suay, fervoroso converso partidario abiertamente de la “contra” y de la intervención reaganista. 6/ Una variante de dicho esquema ya funcionaba desde hacía tiempo como una palanca para los historiadores “revisionistas” de los países ligados al Eje como Ernest Nolte, empeñados desde hacía mucho tiempo en lavar las profundas implicaciones de sus respectivas clases dirigente con el nazi-fascismo, y más, en la nueva Rusia la consecuencia no tardaría en mostrarse sin afeites santificando del último Zar quien al parecer no había matado una mosca en su vida.

2.
De alguna manera, anteriormente los juicios conservadores sobre Lenin pertenecían claramente a una facción académica muy determinada y sus juicios no eran en muy diferentes a los que antaño la reacción había obsequiado tanto a Cromwell como a los jacobinos. Pero ahora además resultaba que tampoco con estos parecían existir matices ni ambivalencia de manera que el bicentenario de la toma de la Bastilla nos deparó una sección especial del Alto Tribunal contra la revolución, ahora presentada como un antecedente del Gulags, una sentencia que sí bien era dictada por una fracción de historiadores “conversos”, y no era representativa más que de ese sector, emergía que la única en unos medios sumados sin apenas excepción entre los linchadores. En semejante contexto en el que la revolución tiznaba hasta a los más tibios, lo más fácil venía a ser la uniformación Lenin-Stalin tal como se había venido insistiendo desde la tradición anticomunista que establecía sus medidas mediante el contraste entre los USA que se habían adelantado a las revoluciones anticoloniales con una Rusia sometida a la tradición y el atraso zarista, inmersa en guerras como la llamada civil (1918-1921), cuando en realidad se trataba de una variante de la estrategia “contra”, en la que el Imperio empleaba todos sus medios para vencer o cuanto menos dejar el país más allá del abismo, algo que sí consiguió.
Desde la “caída del comunismo”, se habla de Lenin como el creador de Stalin y de todo lo demás. No se trataba de una aportación documentada en relación a un litigio histórico, como de tanto en tanto aparecen respecto a algunos mitos idealizados como Ulises, Alejandro Magno o David sobre el que, por ejemplo, los arqueólogos han llegado a afirmar que matóa todo el mundo menos a Goliat. Ahora se trataba de condena sin remisión, coherente con los vientos dominantes en la época, los mismo que dejarían cumplida constancia de la inmensa levedad del ser de una cierta izquierda, mostrada por algunos reputados intelectuales considerados como marxistas tal fue el caso señalado y magnificado del equipo formado por Ludolfo Paramio (“Zona Abierta”) quien después de traducir y hacer de valedor del magnífico breviario de E.H. Carr sobre 1917, 7/) compendio de la mayor investigación histórica sobre la URSS puso la revista al servicio de la crítica antileninista de un Bettino Craxi que recurría a Proudhom como munición. Contra Lenin, y por Fernando Claudín que invirtió los conceptos de la ediciones del debate entre Lenin y Karl Kautsky, como se hace con un guante. Es el contexto en el que el PSOE es obligado a abandonar sus referencia al marxismo sí quiere gobernar, y el PCE de Santiago Carrillo hace lo propio con el leninismo, mientras se queja de que sus “cuadros” no tengan opción de llegar al poder a pesar de haber hecho la clandestinidad, un estadio que los de Suresnes pudieron hacer sin ser molestado. 7/
La “democracia” correctamente entendida pasaba por encima de cualquier tentativa de superación porque es el fin de la historia desde el momento que, al repetir por millonésima vez a Churchill (otro que no mató ninguna mosca), resulta que es el peor de los sistemas exceptuando todos los demás, un axioma que se impone por la ley de la fuerza: no se permite que ninguno más crezca lo mismo que la Iglesia no permitió ninguna herejía, esto es lo que hay, siempre ha habido esclavismo, decían con razón los esclavistas todavía a mitad del siglo XIX. Después de “sacrificar” lo que quedaba del marxismo en aras de una estrategia de adaptación a la corriente neoliberal, demonizar cualquier consideración positiva de Lenin no tenía porque ser mayor problema.
Con este “sacrificio” se podían matar varios pájaros de un solo tiro. Se apartaba del horizonte cualquier tentación “totalitaria”, se le sustraía toda fundamentación de legitimidad a los comunistas, muchos de los cuales ya estaban bañándose en el Jordán. En un momento dado, Carrillo expresó su disgusto porque mucha gente valiosa que había aprobado la asignatura del franquismo, no ocupaba los cargos que merecían, una injusticia que fue parcialmente paliada por el felipismo, solo que con una pequeña condición: tendría que actuar como baluarte contra el comunismo debidamente equiparado a dogmático, trasnochado, etc. La maniobra alcanzó directamente contra Julio Anguita que trataba de crear un espacio alternativo amplio a la izquierda del PSOE, y criticaba duramente (aunque no siempre inteligentemente) el felipismo en una propuesta a lo Refundazione que resultaría malograda.
En su día, Julio Anguita (y el “anguitismo) fueron una y otra vez acusados por excomunistas, buena parte de ellos colocados como tribunalistas en El País como Javier Pradera, Antonio Elorza, etc. Fue acusado de aberraciones estalinistas que no correspondían a su trayectoria, aunque sí eran más propias de la de Santiago Carrillo.
Se instauró la caza del comunista. Alguien como Jorge Semprún remedando al arcaico Roger Garaudy de los años cincuenta: el horizonte final de la historia ya no era el marxismo –por supuesto–, sino el “libre mercado” que cumpliría, al decir exaltado de Vargas Llosa, buena parte de las antiguas aspiraciones del socialismo. Desde esta perspectiva es posible admitir que en otro tiempo existieran intelectuales “ingenuos” o mal informados que no se percataran del error primordial del siglo XX que hacen al comunismo y al nazismo simétricos: el tratar de superar la democracia capitalista a través de una revolución –de izquierdas o de derechas- a través del Estado. Desde esta premisa de la simetría totalitaria, hasta la misericordia cristiana que trata de ayudar a los pobres se convertía en una rémora (por lo que no era de extrañar que se establecieran otras simetrías con los molestos representantes de la Teología de la Liberación), ya que contribuía a que los pobres se conformaran con las limosnas, y optaran por no ser competitivos como los empresarios que según Felipe González venían a representar a la verdadera izquierda. Po esta regla de tres, los países o las personas eran pobres justamente por no ser competitivos, una maniobra ideológica que había obtenidos sus resultados, consiguiendo que los pobres en vez de actuar solidariamente trataran con desprecios a los perdedores. Aunque sea matizadamente, esta ideología llegó a imponerse hasta en los rincones más imprevistos, así, por citar un ejemplo al vuelo, el que escribe no olvidará una revista publicada por Cáritas en Andalucía que se regalaba en los bares próximos a la Estación de Santa Justa de Sevilla, y en el que aparecía una editorial que mostraba escandalizada porque Clinton visitase la capital del Vietnam, Ho Chi Minch, distinguido literalmente como responsable de la “sangrienta dictadura comunista”, mientras que en su portaba, y en uno de sus pequeños artículos, se justificaba la ayuda a los necesitados como “la mejor inversión posible”.
Actualmente podemos vislumbrar que, a pesar de todo lo que queda por rehacer y recomponer, el bloque neoliberal comienza a ser contestado. Quizás especialmente en el terreno de la cultura social. El debate pues sigue abierto, y por ahí hay que seguir tratando de poner cosas en su sitio.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas.

1/ Me refiero a títulos cinematográficos que, aunque no sean todo lo conocido que debieran, creo que ayudan más a medir una idea de Lenin que tal o cual libro considerando que, salvo contadas excepciones como el Lenin de Díez del Corral (Ed. El Viejo topo), solo cuenta con aproximaciones hostiles en las últimas décadas. Anotemos que a pesar de que Lenin figura poco después de Jesucristo, Napoleón o Juana de Arco entre los personajes históricos más veces evocado en la pantalla, solamente nos resulta asequible muy poco de estos títulos entre los cuales no faltan aportaciones de valor. El lector interesado encontrará una buena fuente en el librito, Lenin y el cine (Fundamentos, Madrid, 1981; tr. Vidal Estevez), con textos de Marc Donskoi, Eisenstein, Dziga Vertov, Mijhail Romm, y Serguei Youtkevich.
2/ Un buen barómetro de esta mutuación se puede registrar en el diario El País, sobre todo a raíz del montaje del “abandono” del marxismo por el PSOE como precio para su “credibilidad” como alternativa de poder, y de mantener posiciones más o menos abiertas en las que no se descartaban las valoraciones positivas, se llega a una editorial en la que se proclama que las diferencias entre Stalin y Lenin son una falacia, justo días antes de que en otra editorial a mayor gloria de su Santidad se de por supuesto el “milagro” de Fátima. Desde entonces sus “comunistólogos” han insistido en esta amalgama, lo que no era obstáculo para citar a las víctimas de Stalin…en contra de Anguita, acusado a de tratar a los renovadores como Stalin lo había hecho con Trotsky (!citando a Deutscher¡). Un buen espejo de la involución de la izquierda sobre esta cuestión nos lo puede ofrecer la lectura contrastada entre la revista Triunfo y el citado diario, a veces a través de las mismas firmas.
3/ Una idea sobre hasta donde pudo llegar el furor antilenista lo ofreció una de las presas comunistas entrevistadas por el impresionante que el programa 30 Minust del canal autonómico catalán dedicó a los hijos de los derrotados. Cuando uno de los guardias de uno de los muchos presidios de entonces sintió que una de las presas llamaba a su hijito que apenas se movía por el suelo, “!Lenin, Lenin¡!”, cogió el niño por los pies y lo destrozó contra la pared. La mujer enloqueció…
4/ Se habla de “comunismo” como sinónimo de lo prosoviético, o de militante o simpatizante de un partido identificado con el concepto “comunista” que a su vez confunden con lo peor del estalinismo, así por ejemplo en el ejército norteamericano (y sus aliados) luchaban en Vietnam contra los “comunistas” incluyendo en este apartado a todos los que se oponían aunque fuesen sacerdotes budistas…Como es sabido, el concepto no se refiere a ningún plan de gobierno o manera de gobernar sino a un propósito futuro con el que, por cierto, se han identificado concepciones muy diversas, y sobre el cual Marx se prohibió a hacer elucubraciones.
5/ Se han publicado recientemente dos obras, la de Enzo Traverso, El totalitarisme. Història d´un debat (Universitat de València, 2002), y la de Slavof Zizek, ¿Quién dijo totalitarismo? (Pre-textos, Valencia, 2002). sobre la utilización como un comodín abusivo y focalizado de la palabra “totalitarismo”, lo que el segundo interpreta como “el signo más claro de la derrota teórica” de la izquierda, en la medida en que aceptó que la pelota podía estar en su tejado y abandonó o descuidó sus fundamentadas acusaciones contra los males causados por el capitalismo.
6/ En esta evolución pendular que llevaría a muchos excomunistas a adoptar la concepción de la simetría totalitaria (traspasada por los llamados revisionistas o señores como Revel para los que el comunismo fue peor que el nazismo), cabe una pregunta inquietante, ¿fueron ellos mismos simétricos con el fascismo contra el cual habían luchado?, ¿cómo explicar el papel de los partidos comunistas en las resistencias?, ¿eran iguales nuestros poetas que creían en la URSS que los que justificaron a Franco o Hitler siendo testigos de lo que hacían?, ¿se puede establecer una apreciación simétrica unilateralmente a través de las simpatías ideológicas?. En su furor anticomunistas, Paz, Llosa y cia llegaron a firmar a un manifiesto con ocasión del suicidio de la activista cubana Haydée Santamaría, en el que se recomendaba “comunistas, suicidaos”.
7/ E.H. Carr escribió un pequeño de su Historia de la Rusia Soviética (traducida al castellano por Alianza Universidad en 8 volúmenes), titulado La revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929 (Alianza, Madrid, 1981; hay una reedición de hace muy poco), fue algo así como la culminación de un proceso de investigación y debate histórico sobre la URSS en el que Carr sería crítico pero también deudor y complementario de la obra de Deutscher (m. En 1967). Aunque esta culminación no gozó de la apertura total de los archivos soviéticos, sí tuvo al alcance una documentación vastísima. Coincidiendo con la moda denigratoria, se ha puesto de moda entre las más recientes investigaciones la presunción de una “ultima palabra” en la que el acceso a los Archivos autoriza a descartar este legado, considerado como positivista e ingenuo, cuando en realidad, la diferencia de enfoca se deriva ante todo de la derrota política, una derrota que llevó a citado Paramio a cambiar de registro en el marco del ascenso electoral de Felipe González en su proceso que le llevó del “socialismo no socialdemócrata” al socialiberalismo.

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