miércoles, abril 11, 2018

La cárcel de Lula y la impotencia estratégica de la “izquierda posible” en Latinoamérica



La imagen es conmovedora. Simboliza una época del Brasil contemporáneo. Una mujer besa un brazo, a la altura del codo, mientras usa el suyo para aferrarse más fuerte. El rostro principal en la imagen es de otra mujer, que sonríe plena de felicidad. Más atrás, con apenas dos dientes, un hombre destella alegría. Hundido en un mar de manos que lo atrapan, su espalda y su nuca revelan a Lula. Vale la pena sacarse el sombrero -en la eventualidad de que se use tal prenda- ante el fotógrafo.

El PT se mostró incapaz de presentar una resistencia a la altura de la ofensiva lanzada por la derecha. Debatir las lecciones de lo ocurrido se vuelve esencial.

Lecciones necesarias

El encarcelamiento de Lula, sin ninguna resistencia real por parte de la dirección del PT y la CUT, constituye una derrota de importancia para sectores de las masas pobres del Brasil y Latinoamérica toda. Derrota que no debería pasar sin un balance profundo acerca de sus causas y consecuencias.
Es, al mismo tiempo, la confirmación de la impotencia histórica y estratégica del reformismo latinoamericano. Aquel que fue presentado por intelectuales, periodistas y dirigentes políticos, como “la izquierda posible”. Aquella izquierda, supuestamente “realista”, presentó la “humanización del capitalismo” como único horizonte posible.
Agreguemos que esa humanización fue bastante precaria. Lo conocen de sobra los millones de trabajadores que siguieron empleados en negro en los últimos años del ciclo kirchnerista.
La avanzada de la derecha brasilera no puede ser vista por fuera de las responsabilidades del propio PT, que administró el Estado capitalista del país vecino por más de una década. La fuerza política fundada a fines de los años 70 -en los marcos de un ascenso obrero y popular- se convirtió en una gestora exitosa de los negocios de la burguesía en su conjunto.
El “milagro brasilero” de haber sacado a 30 millones de personas de la pobreza, se hizo sin avanzar sobre las ganancias del gran capital. Pero el mismo solo fue posible en los marcos de determinadas condiciones económicas internacionales, que empezaron a desvanecerse a partir del estallido de la crisis de Lehman Brothers.
Si las gestiones petistas permitieron que “todos ganaran” durante algunos años, el cambio de ciclo internacional empujó a una política de ajuste, iniciada ya bajo el segundo mandato de Dilma Rousseff.
El PT, como gestor del Estado burgués, asumió la tarea de garantizar la acumulación del capital y la reproducción de las condiciones estructurales de ese régimen social.
La fuerza, que en su carta fundacional de 1979 proclamaba “ser un partido sin patrones”, se convirtió en una fenomenal maquinaria de administrar los intereses del empresariado. La corrupción del mensalão y el enriquecimiento de algunas de sus figuras solo fue un “daño colateral” de esa integración al poder capitalista.
Esa política facilitó y abrió paso a la derecha. Una derecha que, en los tiempos de gobierno del PT, estuvo permanentemente en el poder, incluso ocupando espacios en la misma coalición oficialista. El nombre de Michel Temer acompañó al de Dilma en la fórmula presidencial.

De ilegalidades y relaciones de fuerza

En su avanzada, la derecha no dudó en ningún momento en romper abiertamente la propia legalidad burguesa. Forzó, hasta el límite de lo posible, las reglas del régimen político para convertirlas en una ingeniería destinada a la caza de brujas. Impulsó y desarrolló un golpismo abierto, que primero se cobró el mandato de Dilma y luego avanzó hacia el encarcelamiento de Lula.
El lobby militar, que tuvo lugar a último momento, fue la muestra más extrema de esa prepotencia reaccionaria para articular una ofensiva contra el PT. Ofensiva, en última instancia, dirigida hacia las masas pobres y el pueblo trabajador.
La dirección del PT aceptó jugar por dentro de las reglas legales sin más cuestionamientos que los discursivos. La confirmación de esa estrategia la dio el mismo Lula, el sábado pasado, cuando afirmó que “si no aceptase la justicia no habría creado un partido político, sino promovido una revolución”.
Mientras la derecha golpeaba de manera abierta, apelando a todos los mecanismos posibles del poder estatal burgués –y también al accionar para-estatal- la izquierda reformista aceptaba las reglas de la legalidad, se negaba a utilizar la fuerza de millones de trabajadores que seguían y apoyaban a Lula, y llamaba a calmar los ánimos.
Ninguna de las acciones de la derecha fue respondida con medidas contundentes por parte del PT y la CUT. Cuando las tensiones sociales y políticas escalaron, la dirección petista se mostró incapaz de enfrentar y derrotar a una derecha furiosa.
Hace ya más de un siglo, el revolucionario ruso León Trotsky escribía sobre la socialdemocracia europea. Afirmaba que “los partidos socialistas europeos, especialmente el más grande entre ellos, el alemán han desarrollado un conservadurismo propio, que es tanto más grande cuanto mayores son las masas abarcadas por el socialismo y cuanto más alto es el grado de organización y la disciplina de estas masas. En consecuencia, la socialdemocracia, como organización, personificando la experiencia política del proletariado, puede llegar a ser, en un momento determinado, un obstáculo directo en el camino de la disputa abierta entre los obreros y la reacción burguesa” (Resultados y perspectivas).
El mismo Trotsky complejizaría esta visión posteriormente. Pero puede rescatarse la imagen de un aparato monstruoso, que se eleva a traba para la movilización de la clase trabajadora.
La actuación de Lula y el PT tuvieron esa dinámica. La fuerza que había nacido al calor de las movilizaciones y luchas contra la dictadura se convirtió –en un tiempo largo de tres décadas- en un factor de orden y control sobre las masas.

Las calles y el palacio en la era posneoliberal

Desde 2002 en adelante, el gobierno del PT volvió a demostrar que no hay unidad posible entre "gobierno popular" -tal como fueron presentados los ciclos pos-neoliberales por sus propios defensores- y movilización extendida de masas.
Salvando las distancias, la misma dinámica política puede extenderse al conjunto de los llamados gobiernos posneoliberales. Los casos de Argentina, Brasil y Venezuela vuelven a ratificar que las gestiones “de izquierda” del Estado burgués solo empujan a la desmovilización de las masas al tiempo que alientan al crecimiento de la derecha. En el último de esos países, además, los límites del reformismo latinoamericano se muestran hoy con el hundimiento abrupto de las condiciones de vidas de amplias capas de la población.
La condición política "de izquierda" de esos gobiernos estuvo asociada a los procesos de acciones de masas contra el neoliberalismo, ocurridas a fines del siglo pasado e inicios del actual. Pero su rol esencial fue la desactivación de toda movilización callejera y la canalización de toda acción política por medio de la gestión estatal.
Además de garantizar mayor estabilidad al régimen político capitalista, las gestiones de la “izquierda posible” acrecentaron la impotencia de las masas para actuar respondiendo a la derecha, cuando la misma atacó.

El estado del Estado

El PT, nacido al calor de un ascenso obrero y bajo el paraguas ideológico de una organización independiente de los trabajadores, se edificó como un partido reformista. Eso marcó su agenda hacia una progresiva (y veloz) integración al Estado capitalista.
La agenda política argentina estuvo marcada, hasta cierto punto, por las mismas discusiones. El “retorno del Estado” fue celebrado por una capa extendida de intelectualidad y el periodismo.
Nadie debería sorprenderse. La lógica del reformismo anida allí. El Estado es el “sujeto” de las transformaciones sociales. Sin embargo, en los marcos del capitalismo actual, el Estado sigue siendo el “sujeto” de los “asuntos comunes”... del gran empresariado.
Si la alegría no es solo brasilera, tampoco lo son estas conclusiones. El ciclo kirchnerista, entre otras cosas, dio continuidad a una férrea burocracia sindical que es hoy la mejor aliada de Macri para mantener las calles en (relativa) paz.
De allí que en Argentina el gobierno actual haya podido poner ese Estado a su servicio sin grandes contratiempos. Y que, en Brasil, la derecha pudiera utilizar los mecanismos del aparato estatal para avanzar en contra del PT con relativa celeridad.
Las lecciones de lo ocurrido del otro lado de la frontera tienen una importancia estratégica fundamental. Para la clase trabajadora y el pueblo pobre, se trata de la necesidad de construir su propia organización política, basada en principios radicalmente distintos. Es decir, de forjar un partido anclado estratégicamente en el desarrollo de la lucha de clases abierta, y no únicamente en la obtención de lugares en el Estado.
Sólo desde esa mirada se puede organizar un poder capaz de enfrentar y vencer a la derecha. A través una fuerza propia, anticapitalista y revolucionaria, que no limite su accionar en los marcos de la legalidad burguesa y se proponga solucionar los padecimientos de las masas pobres en su conjunto. Esto solo puede desarrollarse en una dinámica que ataque la propiedad privada capitalista, el poder político y económico de la gran burguesía.
Una perspectiva así es la que impulsa y desarrolla la izquierda trotskista agrupada en el PTS-FIT y en la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional. Una perspectiva de así es la única posibilidad verdaderamente realista para la izquierda.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

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